10.30920/letras.95.142.18

Reseñas

Traverso, E. (2022). Revolucion. Una historia intelectual (traduccion de Horacio Pons). Akal.

Manuel Barrós 1 
http://orcid.org/0000-0003-2176-6059

1Ministerio de Cultura, Lima, Perú. mfbarrosa@gmail.com


Revolución. Una historia intelectual, de Enzo Traverso (Gavi, Piamonte, 1957), se enuncia como un libro que busca formar parte activa en el debate alrededor del tema que trata. La publicación original en inglés, con el título Revolution: an intellectual history por la editorial londinense Verso en 2021, se dio en el actual recrudecimiento de las derechas a escala mundial y del fascismo como práctica política generalizada. Dicha actualidad se enmarca en el contexto neoliberal que, desde los años noventa del siglo pasado, viene haciendo del capitalismo una naturalización cotidiana totalizante. El autor lo sugiere al inicio y al final del libro al perfilar cómo queda la izquierda tras la caída de la Unión Soviética y lo complejo que le resulta asumir ese legado. De ahí que la obra habite el espacio público como un llamado a la consciencia histórica respecto de los principales proyectos de revolución, sus problemáticas y ambigüedades. Por ello, se advierte un primer horizonte en todo el texto: escribir la historia también es una manera de intervenir en ella para proyectar la posibilidad de un cambio desde la visión crítica e informada.

La propuesta del libro parte de la noción "imagen dialéctica" de Benjamin para elaborar un montaje de elementos ―a su vez, dialécticos― que trastocan varios ámbitos del saber: de manera más general, la historia intelectual y cultural, por las ideas de los agentes sociales que luchan entre sí, junto con las sensibilidades, los símbolos y las tecnologías que las dinamizan; y de manera particular, la política en sus múltiples manifestaciones, con especial interés en el componente ideológico. Además de académica, la estrategia deviene en un posicionamiento político ante las interpretaciones lineales de la historia. Al sobrevolar ―a niveles macro y meso― geografías, nociones, prácticas, hitos y discursos vinculados a la revolución, el autor hace que el pasado "se reactive" para que su tema se torne una "clave interpretativa de la historia moderna" (p. 17). Desde una base teórica marxista, entabla diálogos con Kosselleck, Weber, Schmitt, Arendt o Foucault, además de inscribir su andamiaje en tradiciones como la historia conceptual. Desde el principio, es fundamental tener en cuenta que este libro no hace una historia de las revoluciones. Más bien, se aproxima a sus principales magnitudes a modo de vértigo.

Traverso concibe la revolución "como una interrupción repentina -y casi siempre violenta- del continuo histórico, una ruptura del orden social y político" (p. 17). En seis capítulos desarrolla abordajes que revisitan los casos más significativos de los siglos XIX y XX, además de sus principales encrucijadas, complejidades y contradicciones. Por la aproximación historiográfica que desarrolla y por la importancia que tienen las revoluciones francesa y rusa, se centra en ellas para el núcleo de su análisis, desplegando afirmaciones totalizadoras. Si bien procura tener alcance en otras geografías como Asia o América, esta última varias veces queda relegada bajo la categoría general de "colonia" por dicha matriz europeizante. Junto con preguntarse por qué un investigador europeo no mencionaría una revolución como ―por ejemplo― la peruana (19681975), en términos más propicios, Traverso deja abiertas algunas interrogantes como un recordatorio adicional. Más allá de los casos haitiano, mexicano y cubano, ¿cuánto se ha avanzado en las investigaciones sobre las revoluciones en América Latina? ¿Qué esfuerzos y debates se han realizado para tener mejor conocimiento y comprensión de ellas de manera individual o comparada? El caso de la revolución peruana es elocuente porque aún falta mucho por investigar de ella.

Uno de los capítulos principales trata sobre el intelectual revolucionario entre 1848 y 1945. Es el esfuerzo más notorio por generar una conceptualización propia que brinda elementos para flanquear a cada intelectual, sin olvidar que formaba parte de una minoría en la grafoesfera. A Traverso no le interesa dar una imagen congelada de los intelectuales. Los tipos ideales propuestos contribuyen a verlos como sujetos históricos que transitan de manera diferenciada por el frenesí de los procesos políticos. Históricamente, antes de la Revolución rusa, eran bohemios, marginales y no formaban parte de instituciones relevantes ―académicas, políticas o públicas― que dieran forma a la vida social. Al contextualizarlos para mostrar cómo surgen los intelectuales revolucionarios, quedan algunas preguntas como, por ejemplo, ¿qué vigencia podría tener su tipología a partir de la segunda posguerra? Esta inquietud adquiere mayor relieve luego de la caída de la Unión Soviética. Si ―como sugiere el autor― ella terminó con la idea de revolución, entonces ¿cómo quedaron los intelectuales que, hasta ese momento, eran considerados revolucionarios? ¿Dejaron de ser revolucionarios, pero siguieron siendo intelectuales? Ello trastoca varias coordenadas, como las latinoamericanas. ¿Cómo quedan la Revolución cubana, sus procesos propios y los intelectuales a partir del llamado "período especial"? Es claro que Traverso busca señalar un sentido de época. Lo interesante es recordar cómo esta parte del mundo contrapuntea su mirada.

La visión emancipatoria de la revolución implicaba la liberación de los sujetos. De ahí que el libro se interese en abordar los complejos vínculos entre revolución y libertad. Esta última es ambigua porque depende de quién ―y según qué ideología― la defina. Traverso contrapone las visiones socialista y neoliberal para mostrar el alcance social de cada una. He aquí otro de los méritos del libro: evidenciar y mantener presente el riesgo de la libertad en las luchas por la revolución. Esta puede emancipar al ser social, pero también puede llevarlo al terror. Si bien la libertad puede ser uno de los objetivos revolucionarios, también puede ser su contradicción extremada convertida en totalitarismo. El autor ve al estalinismo como producto de la misma Revolución rusa y no como una contrarrevolución. Como los intelectuales eran críticos antes de ese proceso, buscaron reivindicar su pensamiento propio, pero volvieron a la marginalidad por el devenir totalitario del proyecto comunista. Cabe recordar que los intelectuales tenían cierta injerencia en la lucha política de distintas sociedades, ya que contribuían a formar la imaginación revolucionaria y a propiciar su sentido colectivo como fuerza social. Queda en el lector ponderar cómo el autor sale de las lecturas dicotómicas de las utopías del período que estudia.

En el último capítulo, Traverso brinda una tipología para aproximarse a la totalidad dialéctica del comunismo en el siglo XX. Habla del "mosaico de comunismos": como revolución, régimen, anticolonialismo y variante socialdemócrata (p. 446). Al tratar las dimensiones utópicas y totalitarias de la Revolución de Octubre, sopesa los extremos para hablar sobre el devenir comunista. El aspecto más interesante es cuando hace un contrarretrato del capitalismo durante la Guerra Fría. Ver el Estado de bienestar como una estrategia política para contrarrestar el avance del comunismo propicia advertir los roles de este en la cartografía del capitalismo en el mundo de los últimos setenta años. Siguiendo al autor, con la caída de la Unión Soviética, la izquierda se quedaba sin revolución, el capitalismo adquiría legitimidad y mostraba su rostro más salvaje. Asimismo, su propuesta de mosaico supera las lecturas conservadoras o idealizadoras del comunismo. Lo perfila con elocuencia y prospección críticas. En tal sentido, el cuestionamiento al siglo XXI va para la izquierda que, a partir de los noventa, se queda sin referente. Esta orfandad ―europeizada― sobre todo fue una primera irresolución frente a su tradición revolucionaria y, luego, por acciones de protesta con diferentes grados de conocimiento respecto del pasado.

Una de las dimensiones transversales del libro parte de la importancia que Traverso le da a la subjetividad. Contrario a la visión teleológica del marxismo y su progresión lineal, incide en la agencia de los sujetos, su acción consciente y su capacidad de transformación al dirigir los procesos sociales. Implícita o explícitamente, es constante esta reafirmación a lo largo del libro. No es casualidad el análisis que le dedica a los cuerpos, conceptos, usos tecnológicos y símbolos vinculados a lo revolucionario. Desde ese vértice, los afectos, la sexualidad, la imaginación, la etnicidad, el feminismo o, incluso, la burocracia, son problematizados como parte relevante de los complejos procesos que buscaban subvertir el orden establecido. ¿Esto caricaturiza las estructuras económicas y políticas? Más bien, las matiza desde la acción individual y colectiva, tomando en cuenta su energía liberadora. Asimismo, ello se condice con parte de su relectura del comunismo. De manera implícita, su valoración de la subjetividad hilvana parte de su taxonomía al punto de dejar una inquietud, por lo menos, atendible. Para el autor, ¿es factible el comunismo como subjetividad revolucionaria? Si los comunismos del siglo XX tuvieron como base común la Revolución de Octubre, ¿aquella constituye la quinta pieza ―no escrita― de su interpretación? ¿Quizá la de mayor sutileza disruptiva?

Revolución. Una historia intelectual, de Traverso, constituye un aporte significativo para retomar una de las encrucijadas de la vida moderna: las luchas por las utopías y sus múltiples dimensiones en el marco del capitalismo. Las varias capas del libro se condicen con su eclecticismo subyacente como un rasgo, en potencia, al que tiende la historia intelectual. No se restringe a las ideas. Más bien, busca aproximarse a la historia social, política y cultural de las ideas de la revolución al dar relevancia a los agentes involucrados. El autor usa muchas metáforas, lo que mantiene la sensación constante de lo lábil que es el tema que trata mientras lo está desarrollando. No necesariamente amplía la historiografía de lo revolucionario, pero la creatividad del concepto del libro revitaliza las formas de hacer historia a riesgo de ciertos desbalances internos. Si bien el autor reactiva el pasado, escribe para un futuro que tiene el andar provisorio y que sigue anclado en el presentismo neoliberal. En una época sin utopías, permeada por la ubicuidad del capitalismo, ¿hay esperanzas para otro tipo de revoluciones? ¿Tal vez fuera de Europa?

¿Quiénes reclamarán para sí el legado ―triunfos y derrotas― de las luchas pasadas y buscarán reinventar sus paradigmas? Hallar salidas a la sociedad de consumo ―concebir otro futuro posible― también implicará volver a las problemáticas actualizadas por el libro de Traverso. Un futuro dialéctico ha de ser, también, un futuro revolucionario.

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