Editorial
1Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú
La obra de Edgardo Rivera Martínez es un caso singular en el panorama de las letras peruanas de nuestros días. Durante mucho tiempo, sus libros fueron un secreto exquisito para más de un lector en el Perú. Esa suerte cambió, sin embargo, cuando en 1993 dio a la imprenta su novela País de Jauja. Hoy, a más de veinte años de su publicación, nadie duda en afirmar que, gracias a este libro, su autor ocupa un lugar de privilegio en la historia de la novela peruana contemporánea.
Rivera Martínez alimentó su vocación por la literatura desde muy temprano. Nació en Jauja, en 1933, en el seno de una familia de clase media provinciana, gracias a cuyo empeño tuvo acceso a una estimulante biblioteca familiar y a la música clásica. Asimismo, conoció muy de cerca la vida del campesinado local, especialmente en lo que concierne a los mitos, la música y la danza de esa parte de los Andes centrales.
Jauja fue hasta los primeros años de 1950, en razón de su buen clima, un lugar al que acudían desde el siglo XIX enfermos de tuberculosis de Lima y también de Europa. Este hecho propiciaría la formación de una pequeña sociedad culta de la que el escritor participaría a plenitud hasta acabar la secundaria. En 1951, Rivera Martínez ingresa a la Universidad de San Marcos para seguir estudios de Literatura. Allí será alumno de Fernando Tola, cuya influencia será central en su formación académica debido a su interés por el griego y la cultura helénica.
En 1957, continuará sus estudios en la Sorbona. En París, en medio de una gran experiencia vital, preparará una tesis sobre viajeros europeos en el Perú. Tras retornar al país, se dedica a la docencia en San Marcos y publica sus dos primeros libros: El unicornio, de 1963, un volumen que reúne relatos de temática andina y de corte fantástico en el que aparece este animal fabuloso en medio de un pueblo andino; y, en 1974, El visitante, una novela corta que destaca por la presencia de la figura del ángel caído, un personaje recurrente en su obra. En 1978 aparece Azurita, un volumen que incluye "Amaru", cuento narrado desde la voz de la mítica sierpe andina, y que confirma la maestría del autor en el género breve. Rigor con el lenguaje, así como su gran aliento lírico, destacan también en su siguiente libro, Enunciación, de 1979, un volumen que reúne todas las novelas cortas escritas hasta ese momento.
En 1982, la revista Caretas organiza la primera versión de su concurso "El cuento de las mil palabras". Entre cientos de participantes, Rivera Martínez surge como ganador con uno de sus relatos más emblemáticos: "Angel de Ocongate". El premio lo recibe de manos de un viejo compañero de aulas sanmarquinas, Mario Vargas Llosa. Ese texto servirá para darle título a su siguiente libro de relatos en 1986, Angel de Ocongate y otros cuentos.
Durante todo este tiempo, la idea de escribir una novela sobre la adolescencia de un joven personaje que vive a caballo entre el mundo andino y el mundo occidental nunca lo abandona. Así, a principios de los años 90, en medio de la gran crisis social que vive el Perú, Rivera Martínez escribe la vida y avatares del joven Claudio Alaya. La aparición de País de Jauja en 1993 pronto despierta elogios de la crítica. El libro no sólo resulta finalista del premio Rómulo Gallegos de Venezuela, sino que, al finalizar la década del 90, es escogido como la novela preferida por lectores y críticos peruanos.
País de Jauja es una novela que rompe con la mirada dura y dolorosa del mundo andino peruano. Bajo la pluma de Rivera Martínez, esa antigua ciudad del valle del Mantaro se transforma en un lugar de encuentro entre el Ande y el mundo occidental, un idílico espacio donde conviven en cordial armonía personajes de variada procedencia. En País de Jauja, la leyenda de los amarus comparte un mismo escenario con los mitos clásicos; la música de Mozart se escucha junto a los ritmos andinos; y la letra de los huaynos se recita junto a la poesía de Vallejo. En medio de este mestizaje nuevo y cosmopolita, la voz de Claudio abre el paso a un diálogo intenso y enriquecedor entre los muchos personjes del libro, matizado muchas veces con finos toques de ironía y humor. Gracias a esta gran novela, Jauja es un espacio mítico para el imaginario peruano de nuestros días, pues desde su nostálgica mirada subyace el reclamo por la configuración de un mestizaje nuevo para toda la nación peruana. Se trata, en verdad, de un libro que, desde la utopía, apuesta por un país posible: un lugar donde siempre "[Brilla] el sol y el aire es límpido y clarísimo", como dicen las palabras finales del relato.
Jauja es también el escenario de Libro del amor y de las profecías, de 1999. En esta nueva novela, Juan Esteban Uscamayta protagoniza una aventura vital donde las líneas argumentales pertenecen a órdenes diversos. Estos van desde lo sobrenatural y lo sublime, hasta lo erótico y lo humorístico. Ello permite que el libro sea no sólo una suerte de gran comedia de costumbres provincianas, sino que sirva también para que Jauja sea un escenario para la experiencia afectiva y existencial del protagonista.
Desde entonces, la bibliografía de Rivera Martínez ha continuado creciendo de manera significativa. Recordemos, por ejemplo, una nueva edición de sus novelas cortas del año 2000, Ciudad de fuego, que, además de ofrecernos versiones definitivas de El visitante y Ciudad de fuego, nos entrega también el relato Un viejo señor en la neblina. Este último es un texto que revive el mito de Icaro, al tiempo que confirma el singular retrato que hace el autor de una Lima entre enigmática y decadente. Recordemos, asimismo, la recopilación de toda la obra cuentística de Rivera Martínez, Cuentos del Ande y la neblina, del año 2008.
En tiempos recientes, se suma la tercera novela de Rivera Martínez, Diario de Santa María, del año 2009. En ella, el escritor vuelve a explorar la feliz conjunción de la cultura occidental con las tradiciones andinas a través del diario íntimo de Felicia de los Ríos. El texto sortea con creces el reto de narrar, desde una voz femenina, los avatares de una adolescente, su despertar sexual y su aprendizaje artístico. En ese sentido, el verdadero eje del relato es la elaboración de un universo poético en el que prima el gozo por la vida entre las voces de Vallejo y Eguren, de Safo y García Lorca. A estas se unen los ritmos del yaraví y la tunantada. Y para establecer nuevos puntos de encuentro con su mundo novelístico, recordemos finalmente a Mariano de los Ríos, el protagonista de A la luz del amanecer, de 2012. En esta última novela, tras muchos años de ausencia, el protagonista vuelve a la casa familiar de Soray, un pequeño pueblo andino. Allí, entre el sueño y la vigilia, pasa toda la noche, dialogando con los fantasmas de amigos, parientes y antepasados. Estamos otra vez ante un relato de formación, cargado de nostalgia y melancolía, en el que nunca se abandona la idea de una fusión armoniosa de la cultura andina con el mundo occidental. Todo ello en medio de dos características de la escritura de Rivera Martínez: una voz intimista y reflexiva, y una prosa de gran aliento lírico.
Rivera Martínez es, en suma, dueño de un universo propio en las letras peruanas de hoy; no solo porque ha logrado escribir e inscribir a la ciudad de Jauja en nuestro imaginario colectivo, sino porque su obra continúa apostando por el Perú como un país multicultural, dueño de un mestizaje nuevo y necesario. El favor del que goza esta propuesta entre sus muchos lectores nos recuerda que en el Perú ello es todavía una tarea pendiente (César Ferreira).