1. Introducción
En 2018, el triunfo del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) significó el cataclismo del sistema de partidos en el país, que ya había mostrado importantes transformaciones desde el inicio de la transición política. Al paso del tiempo, los partidos tradicionales, intentando mantener sus cuotas de rentabilidad, pugnaron por una integración pragmática polipartidista que avanzara hacia una imitación del progresismo y de la faceta libertaria. Esta combinación extraña generó vacuidad para un electorado que se identificaba con un conservadurismo de estirpe católica y tradicionalista. El espacio fue pretendido por varios actores que trataron de convocar a una amplia franja electoral que constituía el voto duro dentro del Partido Acción Nacional (PAN) -identificado como un partido tradicionalmente conservador- y que, sorpresivamente, se encontró en la orfandad de la representación política.
Las nuevas derechas encontraron soporte en el trumpismo, el putinismo y el nacionalismo católico hispanista (Casal, 2022). Esta circunstancia descabezó a los representantes del conservadurismo tradicional mexicano y exhortó la aparición de Eduardo Verástegui y del movimiento México Republicano, formación política que congrega al tradicionalismo conservador bajo un sistema capitalista y la integración de México a Estados Unidos. En la escena mexicana, Eduardo Verástegui es el conservador más identificado con la extrema derecha republicana estadounidense, con el plus de incorporar a su retórica la visión desconfiada hacia la burocracia estatal y el arraigado guadalupanismo mexicano.
El presente texto persigue como objetivo analizar una nueva modalidad de derecha que ha irrumpido en México frente a una derecha tradicional, así como sus posibilidades de éxito ante la convergencia de los procesos electorales en México y Estados Unidos. En dicho contexto, la hipótesis que se sigue es que la figura de Eduardo Verástegui constituye la avanzada de la derecha alternativa propia del Partido Republicano y, particularmente, de Donald Trump. Esta apuesta significa el posicionamiento de la ultraderecha proestadounidense que se distingue de grupos del catolicismo integral intransigente de nuestro país. La tendencia se avizoraba desde inicios de la década, cuando algunos sectores del Partido Acción Nacional sostuvieron acercamientos con el líder del partido español Vox, Santiago Abascal, en 2021.
Para observar el surgimiento de esta nueva derecha en México se ha acudido a un ejercicio historiográfico, hermenéutico y de análisis político, con la intención de hallar elementos que contribuyan a identificar y comprender la acción de los actores sociales caracterizados aquí como una nueva derecha externa a los contextos europeos, misma que en adelante se llamará de forma genérica nueva derecha, siguiendo la propuesta de Pablo Stefanoni (2022). Para ello se acudió al monitoreo de páginas web y canales digitales de sus actores principales, aquí descritos, así como a la producción de especialistas, en libros, artículos, periódicos, programas de televisión y canales de plataformas como YouTube.
En tal sentido, se eligieron, en primer término, los tres actores que se abordan en este trabajo considerando su vínculo explícito con la aspiración de Eduardo Verástegui a la candidatura por la presidencia de la República. Otro aspecto a considerar fue la frecuencia con la que los analistas remitían a estos personajes, su trayectoria en medios y en el plano académico. Finalmente, el último criterio para elegir las fuentes ha sido la cobertura de medios de comunicación, sobre todo prensa electrónica, a eventos paradigmáticos en este proceso.
Como resultado de este ejercicio de selección, las fuentes empleadas aquí son el programa Sacro y Profano y el programa Julio Astillero; en el primero, Bernardo Barranco logra importantes entrevistas con estudiosos de la derecha en México, entre ellos Rodolfo Soriano, Mónica Uribe y Álvaro Delgado. En el segundo destacan la serie de tres entrevistas en torno a la candidatura de Eduardo Verástegui que el periodista realiza a Juan Iván Peña Neder, fundador de México Republicano y a Raúl Tortolero, vocero de la Nueva Derecha Hispanista. Por otra parte, los eventos monitoreados en medios fueron las dos visitas que Santiago Abascal realizó a México para entrevistarse con líderes del Partido Acción Nacional (PAN) y la Conferencia Política de Acción Conservadora en 2022. En esta revisión cobra importancia la serie de artículos que el sociólogo Rodolfo Soriano publicó en LA Press sobre Eduardo Verástegui.
La importancia de identificar manifestaciones de la nueva derecha en México, precisamente en la antesala del proceso electoral, radica en que la futura aparición de un partido político con características similares a las que ostenta la derecha alternativa puede dividir el voto no solo por la ampliación de la oferta electoral, sino porque segmentaría el voto conservador. Una parte de este electorado en un inicio vinculado ideológicamente con el Partido Acción Nacional y con el Partido Revolucionario Institucional, más tarde migró a Morena, minando sus bases, pero, sobre todo, su rentabilidad electoral. Morena, por su parte, ha logrado conjugar algunos sectores que provienen de la militancia identificada con la doctrina social católica y con la población evangélica, que en otro momento también se concentró en el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
La exposición se desarrolla en cuatro grandes apartados que pretenden, en primer término, abordar la caracterización de los movimientos y partidos de derechas que hacen su aparición a partir de la década de 1990. En segundo lugar, se presenta una breve exposición de la distinción entre una derecha de cuño católico, tradicional, prohispanista y otra que, aun cuando despliega una retórica moralizante cristiana, guarda un apego a los Estados Unidos (cfr. George, 2009). A guisa de ejemplo, en un tercer apartado se mencionan tres actores emblemáticos de esta tendencia en México que ha llegado para cuestionar, por igual, tanto a los partidos que alimentan al sistema político mexicano, como a la derecha tradicional. Finalmente, se ofrece una discusión sobre los hallazgos que se lograron de esta observación.
2. El perfil de las nuevas derechas
Para estudiosos como Alberto Martín Álvarez y Kristina Pirker (2022) es durante 2018 y 2019, con los triunfos de Bolsonaro y Bukele en Brasil y El Salvador, que en América Latina comienza a hablarse del agotamiento de los gobiernos progresistas de "marea rosa" y de la instauración paulatina de regímenes conservadores. Para otros, como Barry Cannon y Patricia Rangel (2020), el fenómeno se vislumbraba desde 2015, cuando Macri asciende a la presidencia en Argentina. A partir de entonces se pueden seguir líneas como la preocupación por la agenda de investigación y la revisión de una terminología que permita vincular de la mejor manera el surgimiento de una derecha radical y una derecha extrema con la multiplicidad de formas que adquieren en su evolución tanto en América como en Europa (Ansaldi, 2022).
Sin duda, la revisión de esta literatura ha facilitado la incursión en la dimensión ideológica de la derecha latinoamericana; no obstante, aun cuando el apego latinoamericano y mexicano para con el mundo occidental es evidente, el desfase entre sociedades posindustriales y posmodernas frente a quienes se aproximan a salir del feudalismo y el modo rural no puede ser evadido. Por otra parte, incluso cuando es posible encontrar algunas características compartidas entre las expresiones de las nuevas derechas a ambos lados del Atlántico, debemos considerar que el caso mexicano es particular, al haber desarrollado un régimen autoritario no competitivo, pero sin la experiencia de una dictadura militar de derechas.
La derecha occidental ha integrado en su evolución histórica la modernidad reaccionaria y el anticomunismo, así como una legitimidad de los procesos capitalistas en sus diferentes etapas. Por su parte, la hegemonía global de los Estados Unidos ha sobrepuesto el conservadurismo anglosajón sobre las experiencias de otras dinámicas occidentales. En América Latina, la coexistencia de estas formas ha derivado en la convivencia de las múltiples expresiones de derechas en una dinámica global que, finalmente, afirma el poder de Estados Unidos.
Si bien Iberoamérica no experimentó las condiciones históricas europeas, lo cierto es que estas incidieron notablemente en los proyectos modernizadores de las élites iberoamericanas, de ahí que la derecha en la región siempre ha guardado una correspondencia superlativa con el nacionalismo católico hispanista. La contrarreforma española arraigó esquemas y estructuras que se corresponden con un orden barroco, tratando de afirmarse sobre múltiples comunidades originales. Con todo, Iberoamérica coexiste con los procesos de una modernidad que, a ratos, parece arrastrarla. Así, México, a lo largo de su historia, ha presenciado la aparición de liderazgos apegados a proyectos políticos hispanistas que, enmarcados en ideas como la religión, la raza y el idioma, conciben una dependencia con España; mientras otros promueven los lazos culturales y comerciales entre iguales (Sepúlveda, 2005). Frente a ambos, desde antes de la Revolución mexicana, se oponen proyectos que de manera abierta o soterrada tienden a una relación directa con Estados Unidos, tanto en condiciones de dependencia como de relativa igualdad.
La derecha mexicana proestadounidense, por su parte, tiene larga data en nuestro país. Algunos personajes históricos relacionados con la independencia y el liberalismo, analizados en repaso, formarían parte de la tendencia política conservadora que ha considerado indispensable la integración de México a Estados Unidos para una subsistencia y gobernabilidad más adecuadas. Un ejemplo de ello es Lorenzo de Zavala, primer presidente de la República de Texas, miembro de los grupos ilustrados que buscaron el apoyo y entendimiento con Estados Unidos para impulsar una nación moderna y liberal (Schlarman, 2006). Pero además de este personaje se encuentran miembros del alto clero como el obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez Sánchez Vizcaíno, miembros de la tendencia liberal moderada y a últimas fechas la tecnocracia mexicana.
A partir de la Guerra Fría la derecha anglosajona, y particularmente la representada por el Partido Republicano estadounidense, ha condicionado en torno de sí la subsistencia de los otros conservadurismos occidentales. Múltiples derechas y conservadurismos se apegan sin contradicciones a ella, mientras otros tratan de mantener sus ínsulas de influencia. Esta hegemonía de una derecha anticomunista y neoliberal se corresponde con el liderazgo estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, frente a las consecuencias y crisis de una globalización desbocada y el choque de civilizaciones, tal como lo planteara Samuel Huntington (2015), ahora emerge una tendencia estadounidense nativista, identitaria pero, sobre todo, que rechaza las otras posibilidades civilizatorias de la modernidad y un globalismo que pueda disminuir su hegemonía. Esta derecha estadounidense, que arranca con la dinastía política de los Bush, se afirmó en la figura de Donald Trump pero, aunque encuentra símiles tanto en Europa como en América, los contextos marcan particularidades.
Por principio es conveniente destacar la propuesta de identificar cuatro grandes olas en la evolución de las derechas y de manera paralela, determinar si los partidos que hoy se encuentran en la ultraderecha son formaciones novedosas o bien son producto de rupturas de partidos ya existentes. Steven Forti (2023, pp. 42-44) establece el inicio de la primera etapa en el año 1945 y se extiende durante la primera década de la posguerra; posteriormente, de 1955 hasta 1980 se desarrolló la segunda fase. La tercera comprende des-
de la década de 1980 hasta el año 2000, cuando inicia la cuarta ola. Al mismo tiempo, siguiendo el orden expositivo de Forti, es útil observar el hecho de que mientras algunos partidos lograron adaptarse al sistema político, otros retornaron a sus principios iniciales. Unos experimentaron cismas y originaron nuevos partidos que, en adelante buscaron el apego a valores fundamentales; otros más han aparecido sin antecedentes o vínculos a una derecha tradicional.
Forti llama la atención sobre los partidos y movimientos que conforman este fenómeno, que no pueden considerarse ni fascistas ni populistas, que guardan una clara orientación de derecha extrema y despliegan estrategias comunicativas de punta. A este amplio grupo de actores le ha denominado extrema derecha 2.0. Estos movimientos y partidos comparten
[...] un marcado nacionalismo, el identitarismo o el nativismo, la recuperación de la soberanía nacional, una crítica profunda al multilateralismo [...], la defensa de los valores conservadores, la defensa de la ley y el orden, la islamofobia, la condena de la inmigración tachada de "invasión", la crítica al multiculturalismo y a las sociedades abiertas, el antiintelectualismo y la toma de distancia formal de las pasadas experiencias del fascismo [...] además, todas estas formaciones se suelen centrar... en cuatro temas principales en su discurso y en sus propuestas políticas: la inmigración, la seguridad, la corrupción y la política exterior. (Forti, 2021, pp. 77-78)
Estos actores refuerzan sus ideas con un comportamiento y una retórica "anticorrecta" frente a lo que consideran una corrección progresista impuesta en un afán de satisfacer las reivindicaciones de amplios grupos políticamente rentables, y se dirigen a aquellos que temen perder su situación de privilegio o comodidad frente al despertar o a la visibilización de supuestas minorías que enarbolan sendos "supremacismos". De esta manera, las nuevas derechas se muestran orgullosamente "anticorrectas" bajo el argumento de enmendar los excesos del progresismo que ha subvertido el orden natural y coloca en indefensión a gran parte de la población.
Estos rasgos los empujan necesariamente a una cruzada o guerra cultural de defensa de los valores occidentales y que al mismo tiempo inhiba ideas extrañas. Pero a la par que comparten estos valores, se diferencian en la jerarquización y en la interpretación que desde sus contextos hacen de ellos, así como en sus propuestas socioeconómicas y en su postura geopolítica. A este respecto, Pablo Stefanoni resalta tres amplias "líneas de tensión" entre estos grupos radicales: estatismo vs. antiestatismo, occidentalismo vs. antioccidentalismo y atlantismo vs. eurasianismo (2022, pp. 62-63).
Al ser Estados Unidos el país central de la civilización occidental en América, es su extrema derecha la que retoma la condición pragmática de la Guerra Fría, aunque ahora en lugar del comunismo, los enemigos están determinados por las externalidades de la globalización: inmigrantes, grupos marginados, progresistas liberales, ecologistas, comunidades originarias y nuevas orientaciones sexuales. Lo hace bajo la denominada derecha alternativa o Alt Right, cuyo rasgo distintivo es el rechazo hacia el conservadurismo tradicional.
La derecha republicana busca mantener la hegemonía de los Estados Unidos, ahora bajo un modelo de reparto territorial que inhibe, incluso, los procesos liberales y democráticos que naturalmente han ocurrido en diversas partes. Pero en su objetivo se ha encontrado con Donald Trump, quien en 2016 sobrepasó las estrategias tradicionales de los republicanos y afirmó un rechazo frontal a las agendas progresistas, a las que nombra como comunismo o como socialismo y a las que confronta desde estrategias de miedo y de retorno a un nativismo que se creía solo cultural, pero que hoy resulta un elemento político que determina incluso el acceso al estado de bienestar o al goce de derechos universales. En este período de reparto mundial con otros nacionalismos conservadores que no contradigan la hegemonía norteamericana, hace su aparición Eduardo Verástegui.
Esta derecha mexicana proestadounidense busca acelerar los procesos modernizadores del país y apegarse a la dimensión evolutiva de Estados Unidos. Por lo general, entra en contradicción con la derecha del nacionalismo católico hispanista tradicional, como veremos más adelante y, ocasionalmente, con la propia derecha norteamericana que solo vislumbra a México como una colonia o Estado tributario (Carriquiry, 2022; Davidow, 2003) y, en el mejor de los casos, el patio trasero. Con todo, esta novedosa tendencia se ha mantenido a lo largo del tiempo y cada vez encuentra mayor audiencia y tolerancia a su propuesta, lo que se traduce en la posibilidad de la integración por múltiples razones y que el distanciamiento del nacionalismo católico hispanista tradicional es incrementalista.
3. Evolución de las derechas mexicanas. Una derecha escindida ente hispanistas y proestadounidenses
Mario Virgilio Santiago (2020) habla de la existencia de dos derechas para el caso mexicano: la hispanista y la proyanqui. La primera probablemente es la más antigua, se identifica con los valores de la colonia española y la Iglesia católica. La segunda es un desprendimiento de la primera, que después del Concilio Vaticano II no solo rompió con Roma, también se ha integrado por completo a la geopolítica anticomunista de Estados Unidos. Efectivamente, como señala Ernesto Bohoslawski:
Hay al menos [...] dos aspectos que singularizan la experiencia histórica de las derechas en el continente: la centralidad que tiene para los países latinoamericanos el vínculo con los Estados Unidos y la abrumadora presencia de la fe católica de la región. Desde que los Estados Unidos hicieron un violento ingreso en la geopolítica y la economía caribeña y centroamericana en 1898, la definición sobre las ventajas y desventajas de la cercanía con Washington ha estado a la orden del día entre las derechas. (2023, p. 29)
El curso de los gobiernos de la Revolución mexicana la llevó a una confrontación con la Iglesia católica, dado que fue inevitable para los políticos conservadores otorgar su apoyo al Porfiriato y a Victoriano Huerta; esta acción les generó la animadversión de los revolucionarios, que tuvo su momento más álgido durante el gobierno del general Plutarco Elías Calles. El radicalismo de este personaje precisó de la alianza pragmática entre la Iglesia católica y los Estados Unidos para detenerlo; toda vez que el callismo pudo haber significado un riesgo considerable para el tradicional colonialismo latinoamericano. De tal manera, el vínculo entre la Iglesia católica y Estados Unidos fortaleció una hegemonía sobre México que reguló las pretensiones de los futuros gobiernos producto de la Revolución mexicana.
En el contexto de la evolución del nazifascismo y el comunismo, la presión de la Iglesia católica se incrementó sobre México. Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos pretendió el control total de México y esta decisión terminó por dividir a la ultraderecha. En ese contexto se fortaleció una derecha hispanista que, no obstante el apoyo de Estados Unidos al general Franco, buscó una hispanidad conservadora que apoyara los regímenes capitalistas, liberales y demócratas de Occidente, pero que establece un claro límite identitario: el nacionalismo católico hispanista frente al liberalismo anglosajón. En contraste, surge una derecha proestadounidense que, bajo el radicalismo anticomunista, busca una tutela generalizada de Estados Unidos y una alianza total con sus estrategias geopolíticas. Algunos grupos protagonistas de la Guerra cristera y de una vertiente del Sinarquismo se ubican a la mitad del camino y consideran que el militarismo puede ser el dispositivo que procure el desarrollo económico, político y social, a la sombra de Estados Unidos.
Durante la presidencia del general Lázaro Cárdenas (1934-1940) se crearon importantes instituciones que dieron vida al "moderno" sistema político mexicano, como el Partido Nacional Revolucionario, las centrales obreras y campesinas, las primeras organizaciones de empresarios, el Instituto Politécnico Nacional, así como el reparto agrario bajo la figura del ejido, que han sido interpretadas como el inicio del desarrollo nacional, en clave nacionalista. Si bien para algunos sectores ello significó alguna posibilidad de participación, para otros implicaba un peligroso acercamiento a la colectivización y al comunismo.
De esta suerte, al finalizar el sexenio, en el año 1939 se funda el PAN como una oposición frontal al proyecto del partido oficial, canalizando la animadversión de las clases medias y de un sector de la población católica, con la capacidad de promover su movilización de cara a las elecciones de 1940. Sin embargo, el sustento del partido debe buscarse en la tendencia internacional que alimentaba la Iglesia católica bajo la denominada Doctrina Social. Aun cuando la fundación del PAN es decisiva en la historia de México, hasta los años ochenta su participación fue más bien testimonial, caracterizada por el fortalecimiento de una cultura ciudadana y, al mismo tiempo, por su colaboración con el régimen bajo una actitud de "oposición responsable". Esto, con el tiempo, le permitió acompañar al partido oficial en el proceso de transición a la democracia.
En 1940 asumió la presidencia de la República el general Manuel Ávila Camacho, y durante su mandato México experimentó profundos cambios: inició su camino hacia el desarrollo tanto institucional como económico, recibió el influjo de los Estados Unidos, sus clases medias lograron colocarse en un lugar privilegiado y al lado de estas la Iglesia católica se restauró después del conflicto cristero (1926-1929) en un ambiente de laicidad estatal. Soledad Loaeza (1998) señala la importancia de la relación entre Iglesia católica, el poder político y las clases medias en aquellos momentos, considerando dos motivos. El primero tiene que ver con la adopción de símbolos provenientes de los valores fundamentales de la Iglesia, mismos que reforzaban el orden necesario para el gobierno. En segundo término, señala la capacidad que desarrolló la Iglesia para movilizar a las clases medias a través de actividades en organizaciones laicas.
Al tiempo que el gobierno aceptaba valores tradicionales compartidos por una considerable población católica organizada en torno a actividades comunitarias, México comenzó a experimentar cambios inherentes al desarrollo, a la urbanización, así como a la vecindad con Estados Unidos, que en esos momentos aparecía en la escena internacional como el paradigma de la sociedad industrial y democrática. Esta influencia impactó a las clases medias, que adoptaron como modelo a sus análogas norteamericanas. "Así, empezó a gestarse la profunda contradicción que hacia finales del siglo XX confrontaría a las clases medias mexicanas con su propia historia: la de convertirse en un posible disolvente de esa misma identidad" (Loaeza, 1998, p. 153). El gobierno ganaba en estabilidad social merced a que los valores tradicionales de la sociedad y de la Iglesia coincidían y generaban cohesión; ya para la década siguiente esa coincidencia favoreció la aparición, nuevamente, de organizaciones laicas vinculadas a la movilización política.
Los Tecos -un grupo que nace en el anticomunismo de la década de 1930 y se radicaliza hasta abrazar el sedevacantismo- es quizá el colectivo más identificado con el filonazismo y el catolicismo integrista. Se transformó en el sector más proestadounidense y pretendía arrastrar a las demás células y grupos de la derecha católica mexicana, incluso a la alta clerecía, a las directrices anticomunistas. Esto termina en una escisión de los Tecos con el alto clero y la derecha hispanista tradicional en la década de 1960. De tal manera, la división entre esta y la derecha proestadounidense ha marcado las relaciones entre la ultraderecha mexicana. Por una parte, la derecha proestadounidense ha sido marginada y solo ha conservado su feudo en las organizaciones de la inteligencia proestadounidense y en el bajío mexicano, específicamente en Jalisco; en cambio, la derecha hispanista se ha mantenido cerca de una parte de la jerarquía católica y del gobierno mexicano, infiltrando organismos económicos, políticos y sociales, llegando a la presidencia en el año 2000 bajo la alianza PRI-PAN, que confirma el resguardo de la derecha hispanista por el régimen de la Revolución mexicana.
4. La derecha tradicional
Así como resulta útil observar el devenir histórico de Europa para comprender la naturaleza y evolución de las derechas, también para América Latina se hace necesario observar estas condiciones, sobre todo considerando la importancia que los partidos y liderazgos conservadores han jugado en los procesos de transición democrática, ya sea como protagonistas de los regímenes autoritarios o como oposición a ellos, con distintas formas de participación en las coaliciones democráticas. De esta manera, se reconocen tres ciclos históricos, que culminan a finales de la década de 1980, momento en que comienzan los procesos democratizadores en la región, tal como observa Bohoslawski:
[...] hacia 1989 se cierran simultáneamente tres ciclos históricos en América Latina de distinta naturaleza y duración: el de las dictaduras iniciado en 1964, el de la Guerra Fría que comenzó en 1946 y el de economía mercado-internista, alentado desde los años treinta. (2023, p. 204)
Para el autor, las derechas juegan un importante papel en estos procesos debido a la implementación del modelo neoliberal, que reproducía un ambiente favorable a las élites.
Desde su fundación, el PAN representaba, al mismo tiempo, una oposición responsable, sistemática, y el vehículo de participación de sectores medios. Ya para la década de 1980, su institucionalización era una realidad; la exitosa combinación de profesionalización y fortaleza doctrinal lo transformaron en un partido competitivo, un partido profesional electoral. Pero detrás de esta transformación y de la llegada de personajes innovadores se encuentran grupos reservados o secretos que estuvieron en el PAN desde su fundación o incluso antes, cuando movimientos católicos fortalecieron la lucha por la libertad de cátedra de lo que hoy es la Universidad Nacional Autónoma de México, al lado del entonces rector Manuel Gómez Morín, más tarde fundador del PAN.
Cuando el PAN protagoniza la alternancia en México, en el año 2000, con un candidato singular en la vida política nacional, un expresidente del partido, Carlos Castillo, en un intento por contener a las facciones y la vorágine de los triunfos, recuerda a los panistas la frase de uno de sus líderes históricos: "Cuando esto termine, habremos ganado el poder y perdido el partido". Para entonces, el poder del Yunque en el PAN era incontrovertible1. El incremento en la capacidad competitiva del PAN y la abierta participación de esta tendencia implicó el debilitamiento de la fuerza doctrinaria del partido, hasta provocar ya no la confrontación entre sus alas doctrinaria y pragmática, sino un relevo generacional coincidente con el auge del modelo neoliberal en México. El PAN pasa de ser una fortaleza y un ejército doctrinario en la década de 1980, a ser un partido competitivo capaz de alianzas pragmáticas polipartidistas en un sistema de partidos en el que la polarización ideológica se redujo de forma notable en la década siguiente.
La Organización Nacional del Yunque se fundó a principios de 1950 con el auspicio de una parte de la jerarquía católica, con la finalidad de regular las relaciones entre esta, el poder político y el empresarial. Sus estrategias de reclutamiento, que pasan por la creación de escuelas para élites y sectores medios, así como sus formas de expansión, que incluyen la infiltración de organismos tanto empresariales como gubernamentales y partidos políticos, le ha garantizado una enorme capacidad de negociación, tendiendo puentes entre diferentes sectores políticos, económicos y sociales que resultaron en estabilidad para el régimen pero, también en un posicionamiento basado en la moderación política para garantizar su permanencia y avance en el poder.
Aunque esta organización y sus múltiples fachadas defienden los valores del catolicismo integral intransigente y la derecha hispanista tradicional, en público se mimetizan para consolidar sus agendas; a esta conducta debe su éxito. Siguiendo el criterio de sus investigadores, puede afirmarse que los cuadros yunquistas se encuentran distribuidos en todos los partidos políticos, así como en diferentes niveles de gobierno en la mayor parte de la geografía nacional. El actual gobierno morenista, que adopta una retórica de izquierda progresista, involucra varios personajes de la derecha oculta del yunque, elementos significativos en términos electorales, así como políticos eficientes.
Como parte de su evolución en Europa, la extrema derecha ha provocado en España el vínculo entre el Yunque y el partido Vox para contrarrestar el impulso progresista de Podemos y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cercanía que reaviva los valores hispánicos de las derechas mexicanas, como se verá más adelante. Sin embargo, la situación en México es distinta; Morena representa un conservadurismo nacionalista más que un progresismo de izquierda y esto ha permitido que el Yunque mantenga, gracias a su estrategia, un espacio de acción redituable, toda vez que infiltrarse y cooperar con el sistema lo posiciona de mejor manera que la radicalización. De ahí que el Yunque decida pasar por alto las invectivas de Vox y Eduardo Verástegui y mantenerse en el campo del poder invisible. Hoy se constituye como un actor transnacional de la derecha hispanista; su éxito radica en extender su influencia a España y América Latina reconociendo la particularidad de los contextos puesto que, por una parte, no puede practicar el poder invisible como en México y, por otra, debe respetar las jerarquías católicas en otras latitudes. La visibilidad necesaria en los contextos latinoamericanos y, por consiguiente, una abierta relación entre la organización con las directrices católicas, marcan la diferencia.
5. La nueva derecha radical en México
Como se ha mencionado, los Estados Unidos y la catolicidad, cuando no la Iglesia católica, han jugado un papel vital en la configuración y evolución de las derechas en América Latina. Así, en México se ha observado la separación gradual, pero inexorable, entre una derecha tradicional, moderada, que intenta preservar la estabilidad para conservar su posición, y otra que abiertamente confronta tanto a la derecha tradicional como al régimen en una actitud antisistémica, por momentos con una retórica agresiva desplegada por líderes estridentes que llegan a su público con una combinación de estrategias de propaganda convencional y novedosa, como pueden ser visitas domiciliarias, entrevistas en televisión, canales en plataformas digitales, etc.
Algunas de estas expresiones son también reproducción, con salvedades propias del contexto, del fenómeno de las nuevas derechas en Estados Unidos; estas, a su vez, deben entenderse como consecuencia de una crisis que el país arrastra desde finales de la década de 1960 y que se explica a través de cuatro factores: la crisis de los partidos políticos, que viene acompañada de la diversidad de comunicación masiva, entre los que destacan las redes sociales y televisión, que elevan la curiosidad de un auditorio cada vez menos crítico; la centralidad de los candidatos en detrimento del aparato de partido; la profesionalización del Congreso, que invita a los congresistas a permanecer en sus cargos; y el gobierno dividido, que además de relativizar la responsabilidad de los congresistas, dificulta la relación entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo (Velasco, 2016, pp. 324-325). Estas características persisten a cincuenta años de distancia; en este tiempo los partidos, y específicamente el Partido Republicano, lejos de fortalecerse se debilitaron ante candidatos capaces de crear sus propias estructuras paralelas y de conquistar distintos medios de comunicación para conseguir la victoria, aunque para ello se radicalicen.
5.1. Nueva Derecha Hispanoamericana
La Nueva Derecha Hispanoamericana (NDH) tiene como su principal vocero en México a Raúl Tortolero, militante del PAN, aunque crítico de su postura moderada. Basa su retórica y sus propuestas en una contrarrevolución cultural o cruzada civilizatoria frente la hegemonía progresista, en abierta confrontación con la derecha tradicional. Mientras esta es elitista -tiene como prioridad el factor económico, financiero y especulativo, también es liberal, belicista, se muestra favorable al Deep State, es anticlerical y promueve una religiosidad privada-, en contraste, la NDH ofrece siete propuestas (Tortolero, 2022). La primera, soporte de las demás, es la defensa de los valores fundacionales de Occidente, lo que obliga a situar al Dios cristiano como norte de todas sus actividades; se asume como un movimiento internacional popular contrario al elitismo tradicional, capaz de vincular a diferentes sectores de la población, sin importar su condición económica.
La NDH apela a la libertad individual, pero no a lo que denomina excesos del progresismo (que se identifican en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible) y los supremacismos LGBT+, indigenista, feminista, ecologista y woke, lo que por momentos la lleva también a asumir la llamada anticorrección política contra regímenes a los que considera extraviados y opresores. Asimismo, la NDH elige oponerse al globalismo, asumiéndose contra el statu quo progresista que en su perspectiva pretende imponerse a la mayoría de la población cristiana y combate lo que constituye, más que un Estado laico, uno anticlerical y persecutorio que pretende obligar a los cristianos a una religiosidad privada. Frente a ello afirma su cristianismo reclamando la posibilidad de una religiosidad pública que por momentos asume una actitud de confrontación contra el Estado y contra las directrices que ha propuesto el papa Francisco.
Esta derecha se hermana con el partido español Vox a través de una nueva forma de ver las relaciones (de dependencia) de América con España y Portugal. Durante el franquismo, la hispanidad -característica cultural que suma la herencia católica, el idioma castellano y la raza hispana- cobra suma importancia como elemento de cohesión social, pero también de exclusión; sin embargo, a mediados de 1990 apareció un nuevo concepto que pretende sustituir a la hispanidad en su tarea de hegemonía cultural. Ese concepto es el Paniberismo, al lado de la Iberofonía y la Iberosfera (Durantés, 2018). El mundo moderno, caracterizado por la cohabitación de metarrelatos y microrrelatos, da cuenta de la pluralidad de religiones y creencias; la tendencia de las religiones a la carta compite con los sistemas religiosos "tradicionales", afectando la autopercepción de universalidad del catolicismo. La hispanidad, en estas condiciones de pluralidad, no implica ya la catolicidad; pero, aunque el catolicismo no es una religión con mayoría avasalladora ni con una ortodoxia entre sus fieles, no desiste.
Frente a la noción de hispanidad, ahora ya sin la característica necesaria de catolicismo, el concepto de Iberofonía parece más rentable. Este reúne en la Iberosfera a los países que hablan idiomas ibéricos, herederos tanto del impero español como del lusitano, ambos católicos y colonizadores de territorios que hoy conforman América. Sin embargo, traducido a estrategia política, se radicaliza frente a la diversidad de sus miembros. En esta radicalización, la NDH sustituye el islam, en la idea del "gran reemplazo", con los pueblos originales de América, con la población afrodescendiente, la población menos favorecida y los no cristianos.
En su discurso de cruzada civilizatoria, Raúl Tortolero destaca que el 88% de mexicanos es cristiano. Sin embargo, el cristianismo no es monolítico y mientras la NDH descansa en símbolos, ritos y líderes católicos, no muestra apertura a otros cristianismos, como el evangélico y el pentecostal, con una población numerosa en México y que ha resultado relevante en términos políticos apoyando de manera selectiva a candidatos y partidos. Para observar a la NDH vale la pena la advertencia del antropólogo Elio Mastefrer: "no se puede confundir lo eclesiástico y lo confesional con lo religioso en tanto componente de la cultura, los valores y las pautas de comportamiento" (2018, p. 113). La relación entre estos aspectos es compleja, lo que podría no traducir ese 88% en apoyo a su proyecto político.
5.2. México Republicano
Por su parte, México Republicano (MR) es un movimiento político que desde 2020, aproximadamente, ha creado comités en varios estados de la República con el objetivo de fundar un partido político nacional2 en 2025, tal como lo han señalado sus dirigentes. Su atractivo radica en presentarse como un movimiento mexico-americano que afirma su independencia tanto de izquierdas como de derechas ideológicas y se enfoca en el desarrollo económico (Velázquez y Schmidt, 2023).
Como parte de su agenda propone fuertes medidas contra el narcotráfico, alta capacitación de las fuerzas armadas, la participación privada en la explotación de la zona económica exclusiva, la desaparición de la propiedad ejidal y comunal, así como de la figura del ayuntamiento, entre otras medidas que implicarían un choque cultural3. Entre sus planteamientos destaca la cuestión geopolítica, enfocada en la vecindad geográfica, misma que históricamente ha detonado el intercambio tanto cultural como económico y que ahora podría formalizarse. Es decir, al igual que las derechas que surgen como resultado de la crisis del estado de bienestar y dada su vinculación con el liberalismo económico, sus preocupaciones se focalizan en la seguridad, la propiedad y el desarrollo económico, más que en una propuesta moralizante.
Soledad Loaeza (2022) explica, en parte, esta cercanía entre México y Estados Unidos desde un enfoque histórico liberal y pluralista. En su opinión, las añejas relaciones entre ambos países han estado determinadas por la posibilidad de los Estados Unidos para intervenir en la selección del candidato presidencial que podría resultar ganador. Loaeza (2022) ha descrito al menos en tres sucesiones presidenciales priistas, la evidencia histórica que muestra la importancia de la aprobación de Estados Unidos para la designación del candidato a la presidencia de México por el partido gobernante, dependiendo de la suficiencia de recursos y la capacidad de gobernabilidad. En tal sentido, el intervencionismo de la derecha norteamericana se ha incrementado proporcionalmente al empoderamiento republicano en los Estados Unidos.
La derecha radical vinculada a Trump reactiva sus cabezas de playa en países como México, que contextualizan las narrativas y retóricas de la época más álgida del anticomunismo en la Guerra Fría en contra, ahora, del populismo, el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla; incluso de los BRICS4.
5.3. Eduardo Verástegui
Eduardo Verástegui constituye un fenómeno particular en la vida política mexicana. No es un outsider5, que llega a la escena electoral para insertarse como candidato de algún partido político, ni un activista a favor de causas populares en México, como podría ser la inseguridad, la insuficiencia del estado de bienestar o el neoextractivismo. Por el contrario, es un político que ha hecho una carrera en el extremismo del Partido Republicano, al lado de los anticastristas de Miami, de Donald Trump y de la alta jerarquía católica estadounidense.
Más allá de su popularidad como cantante y actor de telenovelas en la década de 1990, y ahora como productor de cine en los Estados Unidos, a Verástegui hay que observarlo en su cercanía a personajes como Donald Trump, Ricardo Salinas, Patricio Slim, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, tal como lo documenta el sociólogo Rodolfo Soriano6, quien recuerda que su promoción como candidato presidencial inicia desde 2017, en medios de comunicación católicos. Precisamente, es al lado del sacerdotel Juan Rivas que Verástegui se involucra en dos actividades decisivas. La primera es participar en misiones en favor de grupos vulnerables; la segunda es la creación, en 2004, de la empresa productora de cine Metanoia, dedicada a realizar filmes que difundan valores conservadores, el más reciente, Sound of Freedom, con el que promovió también su precampaña política en México y que se estrenó en una función privada en la casa de Donald Trump.
En 2023 se observó a Verástegui participando al lado de la Misión por el Amor de Dios en Todo el Mundo, en la consagración de Miami al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María, en 2013. Para Soriano el hecho es destacable, toda vez que Miami es un referente del anticomunismo hispano, "por lo que la consagración a los corazones de Jesús y María es una combinación perfecta para el tipo de catolicismo practicado en esa ciudad" (Soriano, 2023a). De forma paralela a su cercanía con importantes empresarios católicos y como activista conservador, hay que contemplar su colaboración con el gobierno de Donald Trump durante 2020, como parte de la Comisión Asesora del Presidente sobre la Prosperidad Hispana, dedicada a orientar al gobierno acerca de políticas para garantizar la calidad de vida de este sector de la población (López, 2020), y posteriormente como organizador y orador de la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC) en 2022, celebrada en México, y como participante tanto en 2021, 2023 y 2024.
Fue durante su participación en la CPAC de 2022 que Donald Trump propuso a Verástegui como futuro presidente de México, y este lanzó un mensaje de unidad, pero también un llamado de atención a la militancia conservadora tradicional señalándola como "derechita cobarde", inaugurando así su retórica de derecha alternativa a la mexicana. En septiembre de 2023, Verástegui hizo su solicitud ante el Instituto Nacional Electoral (INE) como aspirante a la candidatura a la presidencia de la República, respaldado por la Asociación Civil "Movimiento Político Restaurador de México". Durante su gira para recabar las firmas solicitadas por el INE para su registro7, Verástegui desplegó una campaña de promoción en plataformas digitales como X y en YouTube, donde varios canales católicos, además del suyo oficial, le mostraron apoyo. A su lado figuraron dos agrupaciones, una cívica y otra política: la Nueva Derecha Hispanoamericana y México Republicano.
Eduardo Verástegui trató de unificar tanto a la derecha proestadounidense como a la hispanista tradicional mediante una propuesta radical centrada en el rechazo a las élites gubernamentales por su progresismo. Su discurso comenzó reivindicando la familia tradicional y a partir de esta idea desplegó una serie de críticas a lo que señaló como una sociedad fragmentada, alejada de Dios y de la moral que, junto con otros factores, derivó en tráfico sexual de infantes, agravado con la falta de capacidad punitiva del Estado. Para lograr la regeneración social, Verástegui acompañó su mensaje moralizante con el rezo del Rosario en vivo en su canal de YouTube, al tiempo que incluyó en sus señalamientos a otras instituciones del Estado, a la comunidad LGBT+ y a los movimientos ambientalistas, en una franca actitud antisistema y violenta, al grado de grabar un video en la plataforma X en que aparece disparando en un campo de tiro, presumiblemente en Estados Unidos. Los videos de este corte se han repetido ante las felicitaciones de sus seguidores, quienes manifiestan sus temores ante el progresismo.
Al final, la derecha tradicional rechazó los recursos e importantes vínculos que ofreció el movimiento México Republicano y la Nueva Derecha Hispanoamericana. Al parecer, la derecha hispanista tradicional prefiere seguir infiltrada y bajo la coordinación de la alta jerarquía católica, propiciando un acercamiento a diversos sectores de la población y para ello una retórica y una agenda radicales no son rentables. La administración pública les ayuda a formular mejores escenarios e incluso llegar a la presidencia en el año 2030 con la alianza PRI-PAN.
6. A modo de conclusión
La aparición de las nuevas derechas en América Latina es reciente. Si bien estas comenzaron a gestarse desde finales de la década de 1990, fue a inicios del siguiente decenio cuando se empezó a observar partidos políticos y personajes con las características documentadas por la teoría para las ultraderechas en Europa. Los estudios que desde la región se han realizado permiten comprender las motivaciones y los orígenes de este fenómeno en contextos muy distintos a lo largo del continente.
Para el caso mexicano, las redes a las que se vincula Eduardo Verástegui, tanto en el país como en Estados Unidos, lo posicionan como parte de una estrategia pragmática de la derecha radical contemporánea para contener el giro izquierdista-populista-progresista de los gobiernos en la región; en tal sentido, destaca la influencia de la jerarquía católica de los Estados Unidos que se opone abiertamente a los derroteros de la Iglesia católica bajo el magisterio del papa Francisco, así como las organizaciones seculares y grupos conservadores de las derechas mexicanas que fueron debilitándose con el paso del tiempo.
La crisis de la democracia liberal capitalista es el momento ideal para que los grupos extremistas desplacen hacia su campo el núcleo de la política; y esto es lo que hacen Eduardo Verástegui y los grupos que le apoyan. El PAN, amalgama tradicional de las derechas, inicialmente tuvo que abandonar esta posición para involucrarse en el proceso de democratización y más tarde fue atropellado por el proceso electoral de 2018 que le obligó a conformar alianzas pragmáticas polipartidistas, con lo cual la derecha perdió su norte. Sin embargo, dado el proceso histórico de las derechas mexicanas, particularmente el que fue resultado de los acuerdos del modus vivendi posteriores a la Guerra cristera, se le presenta un dilema. Pueden quedarse en la conducta de mimetismo e infiltración que han seguido durante casi 70 años y que los ha colocado en una posición de influencia en los sectores económico, político y social, muchas veces poco reconocida; o bien, pueden apostar por tendencias como la de Verástegui y abiertamente formar parte de la nueva derecha radical que plantea una agenda de políticas públicas concreta y una visión minimalista de la democracia.
Esta nueva derecha mexicana está en ciernes y no logró colocar un candidato para la presidencia de la República. El experimento protagonizado por Verástegui (aun cuando no consiguió su registro como candidato independiente a la presidencia de México) reportó alrededor de trescientos mil simpatizantes8 y prepara la formación de un partido político para 2025, que pueda amalgamar la propuesta moralizante con la económica de sus organizadores. En prospectiva, si el triunfo de Trump se materializa a fines de este 2024, Verástegui podría posicionarse como un vaso comunicante entre la derecha alternativa estadounidense y la derecha proestadounidense en México. Esta incertidumbre impide hacer afirmaciones contundentes, pero permite plantear la posibilidad de observar estrategias discursivas, formas de financiamiento, creación de estructuras y redes que propicien, si no una completa caracterización, al menos un acercamiento a la naturaleza, origen, motivaciones y pensamiento que nutren esta nueva etapa de las derechas en México.
Su participación como enlace de la comunidad hispana durante el gobierno de Trump, así como su carrera cinematográfica ligada a la defensa de los valores cristianos, su retórica en contra de las élites gobernantes identificadas como progresistas, el uso de símbolos y ritos católicos y su cercanía con personajes de la élite económica y de la alta jerarquía de congregaciones religiosas vinculadas a la Teología de la prosperidad, muestran a Verástegui -pero también a MR y a la NDH- como claro representante de una derecha alternativa en clave mexicana.
En un contexto peculiar de acuerdos y relaciones nicodémicas entre sectores de las derechas religiosas y los gobiernos emanados de la Revolución mexicana observamos dos grandes tendencias. Una es la derecha tradicional, representada en organizaciones como el Yunque, que ha desarrollado una carrera política de forma secreta, infiltrando partidos y gobiernos, mimetizándose gracias al poder invisible, guardando reserva de sus miembros y sus objetivos, que desde sitios estratégicos detiene las agendas progresistas mientras mantiene su sitio de privilegio.
La otra es una derecha proestadounidense, abiertamente proclive al conservadurismo del Partido Republicano, que no logró posicionarse en el ejercicio del poder, pero que comienza a manifestarse con un discurso combativo y con estrategias que podrían incorporar a México en la realidad latinoamericanista de la extrema derecha abiertamente antiprogresista, militante y pública. Eduardo Verástegui representa el resurgimiento de la derecha proestadounidense marginal en México, con la identidad y valores de extrema derecha que tanto el Yunque como el PAN han olvidado por el ejercicio del poder y el curso del tiempo.