1. Antecedentes
Las categorías de "izquierda" y "derecha" derivan del lugar en el que se sentaron los representantes respecto al presidente en la Asamblea Nacional Constituyente de Francia en 1789. Existen dos razones por las cuales el empleo del término "derecha" es relevante en este artículo. La primera razón es que gran parte de los movimientos y autores a los que haremos referencia emplean el término para definirse a sí mismos -cfr. Ana María Roura (2021) y El Mundo (2019)-. La segunda razón es que, entre quienes estudian el tema, hay una mayoría que emplea la definición del politólogo neerlandés Cas Mudde (2017), quien define a su objeto de estudio como "derecha populista radical" (en adelante, nos referiremos a esta simplemente como derecha radical).
Ahora bien, ¿cómo entiende la derecha radical del hemisferio occidental la política internacional contemporánea? En adelante pretenderemos responder a esa pregunta en los términos en que lo hacen sus propios protagonistas. Una idea fuerza que comparte la derecha radical en el continente americano es la de que sus huestes confrontan una ideología a la que denomina "marxismo cultural" (Steps Towards Truth, 2017), "neomarxismo" (Laje y Márquez, 2016) o "neomarxismo posmoderno" (Manufacturing Intellect, 2019), según los autores a los que consideran particularmente relevantes para entenderla -Theodor Adorno y Max Horkheimer en el primer caso, Antonio Gramsci, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en el segundo, o Jacques Derrida y Michel Foucault en el tercero-.
La primera y más empleada de esas denominaciones, sin embargo, fue la de "marxismo cultural", y esta contiene las principales ideas que todas ellas comparten1. El concepto de marxismo cultural fue desarrollado en la década de 1990 por autores estadounidenses como William Lind, quien provee los argumentos en los que coinciden aquellos que emplean las demás denominaciones. Para entender el contexto en el que surge habría que retrotraerse a mediados de la década de 1980, cuando un asesor del último líder soviético, Mijail Gorbachov, lanzó la siguiente advertencia al liderazgo estadounidense: "Les vamos a causar un daño terrible: los dejaremos sin enemigo" (Arbatov, 2010). La lógica tras esa advertencia era que, dado que la contención del comunismo había sido el principio ordenador de la política exterior y de defensa de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, la desaparición del comunismo le privaría de las certezas y previsibilidad sobre la política internacional de las que le dotaba ese principio ordenador. Por esa razón un autor estadounidense titularía un artículo de la siguiente manera: "Por qué pronto extrañaremos la Guerra Fría" (Mearsheimer, 1990, s/p).
2. En busca de contendores
Concebir un mundo sin amenazas existenciales que brinden un sentido de propósito resultó ser, sin embargo, una tarea esquiva. Tal vez, por ello, el primer argumento de la derecha radical en nuestro hemisferio es que el comunismo no fue derrotado tras el fin de la Guerra Fría. En palabras de Agustín Laje y Nicolás Márquez:
El comunismo no murió con la caída formal de sus Estados porque justamente lo más importantes son las organizaciones colaterales, y estas ya existían desde mucho antes de la creación de la URSS: y siguieron existiendo después de la extinción de la misma. (2016, p. 25)
Lo que habría ocurrido, según esa visión, es que el marxismo clásico, basado en el criterio de que la lucha de clases, constituye el principio ordenador de la historia universal que habría sido reemplazado por la variante del marxismo cultural, para el cual el nuevo principio ordenador de la historia serían los conflictos culturales y de identidad. A través de esa variante cultural, el marxismo habría logrado victorias sustantivas en lo que Laje (2022) denominaría la "batalla cultural". En palabras de Laje:
25 años después [de la disolución de la URSS], la izquierda no solo se apoderó políticamente de gran parte de Latinoamérica, sino lo que es muchísimo más grave: hegemonizó las aulas, las cátedras, las letras, las artes, la comunicación, el periodismo y, en suma, secuestró la cultura y con ello modificó en mucho la mentalidad de la opinión pública: la revolución dejó de expropiar cuentas bancarias para expropiar la manera de pensar. (2022, p. 26)
A su vez, William Lind sostiene que el marxismo cultural es una "ideología". En su pensamiento, ello significa que constituye una concepción del mundo sin base en la realidad, que pretende imponerse por medios políticos:
De hecho, todas las ideologías son totalitarias, porque la esencia de una ideología, y haría notar que el conservadurismo correctamente entendido no es una ideología, pero la esencia de una ideología es que toma alguna filosofía y dice con base en esa filosofía que ciertas cosas deben ser verdad. Como que las mujeres son oprimidas y que toda la historia de nuestra cultura es la historia de la opresión de la mujer. Como la realidad contradice eso, la realidad debe ser prohibida. (En Steps Towards Truth, 2017; traducción propia)
Como se ve en el ejemplo recién citado, según Lind el marxismo cultural sería una ideología que se basa en la noción de que la opresión de unos grupos sociales por otros es la clave para entender el devenir de la historia universal. Jordan Peterson sostiene esencialmente lo mismo. Es Peterson a quien debemos la frase "neomarxismo posmoderno", la cual es objeto de críticas dado que lo que define al posmodernismo es la crítica de lo que este denomina "metanarrativas": es decir, una forma de entender la historia universal como un proceso al que un principio ordenador provee de unidad de sentido (Manufacturing Intellect, 2019).
El ejemplo habitual de metanarrativa es el que provee el propio Peterson cuando cita a Marx y Engels, los cuales sostienen que "[l]a historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases" (Marx y Engels, 1975, p. 32). ¿Cómo puede existir, por ende, un marxismo posmoderno? Según Peterson, tal cosa sería posible porque autores posmodernistas habrían adoptado su propia metanarrativa: según él, los posmodernistas "reemplazan la noción de la opresión del proletariado por la burguesía por la opresión de un grupo identitario por otro" (Manufacturing Intellect, 2019).
Lind, por su parte, postula que grupos con agendas diversas y desavenencias públicas, como las distintas perspectivas feministas, el movimiento LGTBI, el multiculturalismo, los grupos de base étnica, entre otros, en realidad, conforman un movimiento unificado alrededor de la ideología que describen, y que entra en conflicto con el movimiento unificado en torno a la concepción conservadora de la realidad. En este punto, no obstante, surgen diferencias dentro de la derecha radical del continente en torno a quiénes integran el campo rival en la batalla cultural. Murray Rothbard, por ejemplo, fue el primer autor libertario que, contra las advertencias de correligionarios como Friedrich Hayek (1960), decidió plantear en 1990 una alianza política entre libertarios y conservadores (Rothbard, 2016). Luego, en un texto de 1992 (Rothbard, 2017), definió su estrategia como un populismo de derecha que, como es habitual en el populismo, tiene como enemigo a una élite que medra a expensas del pueblo. En palabras del propio Rothbard:
La antigua América de la libertad individual, la propiedad privada y el gobierno mínimo ha sido reemplazada por una coalición de políticos y burócratas aliados con, e incluso dominada por, las poderosas élites financieras corporativas y monetarias (por ejemplo, los Rockefeller, el trilateralismo), y la nueva élite de tecnócratas e intelectuales, entre ellos académicos de la Ivy League y las élites de los medios, que constituyen la clase que crea opinión en la sociedad. (2017, s/p).
Luego añade que dicha élite constituye "una subclase parasitaria, que, entre todos, está saqueando y oprimiendo a la mayor parte de las clases medias y trabajadoras de los Estados Unidos" (Rothbard, 2017, s/p). Rothbard concluye dicho ensayo con "un programa populista de derecha" en el que encontramos tópicos que también están presentes entre las propuestas de Javier Milei, pero con una diferencia importante: este último excluye de lo que Rothbard denomina la "subclase parasitaria" a los grandes grupos de interés corporativos. Rothbard, por ejemplo, plantea la abolición de la Reserva Federal estadounidense igual como Javier Milei propone eliminar el Banco Central Argentino. Pero Rothbard pretende también eliminar a "los banqueros criminales", quienes, confabulados con la Reserva Federal, forman "un cartel organizado de banqueros que están creando inflación, estafando al público y destruyendo los ahorros del americano medio" (2017, s/p). Entre las propuestas de Milei (2022) no encontramos pasajes similares.
Quien, sin ser libertario, sí incluye a grupos de interés corporativo entre los rivales a derrotar en la batalla cultural, es Agustín Laje. Según él, "izquierda y derecha es la dicotomía que sintetiza toda una serie de oposiciones hacia el interior de la sociedad moderna", aunque luego añade que "esas oposiciones son históricas; es decir, contingentes" (2022, p. 374)2. Y, cuando se refiere a los contendientes en la "batalla cultural", los define con relativa precisión:
En pocas palabras, creo que una Nueva Derecha podría conformarse en la articulación de libertarios no progresistas, conservadores no inmovilistas, patriotas no estatistas y tradicionalistas no integristas. El resultado sería una fuerza resuelta en la incorrección política que podría traducirse como una oposición radical a la casta política nacional e internacional, al estatismo y al globalismo, al establishment multimediático y la hegemonía progresista que domina la academia, a los ingenieros sociales y culturales de las Big Tech y del poder financiero global inclinados sin disimulo alguno hacia la izquierda cultural. (Laje, 2022, p. 484)
Sin embargo, la razón por la que Laje incluye a las corporaciones tecnológicas y financieras en el listado de rivales no es la misma por lo que lo hace Rothbard. Como vimos, este último incluye a las corporaciones financieras entre sus rivales políticos por razones económicas (en sus palabras, como lo mencionamos, porque saquean y oprimen a las clases medias y trabajadoras de los Estados Unidos). Laje, en cambio, incorpora a esas corporaciones entre sus rivales políticos por razones ideológicas (en sus propias palabras, porque se inclinan sin disimulo hacia la izquierda cultural).
3. La derecha radical en América Latina
La derecha radical de nuestro continente sostiene en cuatro argumentos su visión del contexto político que enfrenta. Primero, el marxismo basado en la lucha de clases fue reemplazado por el denominado "marxismo cultural", cuyo énfasis está puesto en los conflictos entre grupos definidos por su identidad social y cultural. Segundo, el marxismo cultural habría conseguido logros en los conflictos con sus rivales políticos que le fueron esquivos al marxismo clásico. Tercero, el marxismo cultural constituye una "ideología" ajena a la realidad social, pero con la capacidad de imponerse por medios políticos. Cuarto, todos los grupos que la derecha radical define como parte del marxismo cultural estarían unidos por la ideología antes descrita, constituyen un enemigo existencial al que es menester derrotar en lo que denominan la "batalla cultural".
En torno a este último punto, la derecha radical de nuestro continente subestima las diferencias ostensibles entre quienes componen -según ella- el marxismo cultural, para poder presentarlos como enemigo cohesionado al que habrán de enfrentar en una épica batalla cultural. Sin embargo, algunos de estos últimos harían notar que corporaciones tecnológicas como Apple que, en el día del orgullo colocan la bandera del movimiento gay sobre su símbolo corporativo, simultáneamente hacen esfuerzos denodados por impedir la sindicalización de sus trabajadores. Es decir, contra lo que sostiene la derecha radical en América, tanto dentro del marxismo como dentro del feminismo interseccional se sostiene que los conflictos identitarios pueden ser esgrimidos como un medio para desplazar del debate público los conflictos distributivos3.
Si bien esas son las características que comparte la derecha radical en nuestro continente, también existen diferencias dentro de ella. Una de esas diferencias es el grado de prioridad que conceden dentro de su agenda al tema de la inmigración. Habría cuando menos dos razones para explicar esa diferencia. Por un lado, los inmigrantes son una proporción bastante menor de la población local en América Latina que entre los países desarrollados y, en particular, los Estados Unidos. Por ejemplo, mientras en 2017 los inmigrantes representaban, en promedio, más del 10% de la población entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD, 2018) y en los Estados Unidos eran un 13,9% de la población en 2022 (United States Census Bureau, 2024), en 2016 el país sudamericano con más inmigrantes como proporción de la población total era Argentina, con 4,6% (Lambertucci, 2017). Por otro lado, una proporción significativa de los inmigrantes recientes en América Latina proceden de Venezuela. Eso tal vez reduzca la probabilidad de que sean víctimas de discriminación por razones de etnicidad (ya que, por ejemplo, hablan la misma lengua y profesan la misma religión que la mayoría de la población nativa). Su grado de instrucción y estatus socioeconómico tampoco los diferencia significativamente del promedio de la población local. En cuanto al nativismo (que busca priorizar a un grupo étnico local por sobre los inmigrantes en materia de políticas públicas), este tiene una capacidad de convocatoria limitada en América Latina, dado que la derecha radical de la región no reivindica las culturas ancestrales de la región, sino el legado colonial proveniente de la península ibérica.
Finalmente, la derecha radical en países desarrollados (incluyendo los Estados Unidos), suele ser proteccionista en materia comercial e incluso partidaria de una mayor intervención del Estado en la economía. En América Latina algunos gobiernos de derecha radical (como los de Bolsonaro o Milei), tendieron en mayor proporción hacia una orientación liberal en materia de política económica. La excepción fueron algunos partidos de base evangélica que (como el Partido Encuentro Social en México), estuvieron dispuestos a aceptar una agenda intervencionista y redistributiva en materia económica, a cambio de que sus socios de coalición (el partido Morena de Andrés Manuel López Obrador) asumieran el compromiso de no variar la legislación existente en materia de aborto, de matrimonio y adopciones por parejas del mismo sexo, sin mediar una consulta ciudadana.