1. Introducción
En contextos de crisis, ¿cómo evoluciona la condición humana?; la adversidad, ¿incentiva o refrena los instintos de animalización del hombre?; las estrategias de supervivencia, ¿cómo inciden sobre la antropogénesis? Tales cuestiones, como norma general, aparecen en el centro de la narrativa cubana sobre la década de 1990. Mediante el universo diegético, las tramas de las obras, la construcción de los personajes y los enunciados del narrador, los autores reviven y analizan la experiencia del Período Especial, la aguda crisis económica, social y moral que sacudió a la sociedad insular tras el derribo del muro de Berlín.
Ernesto Sábato (2006) asegura que "la literatura no es un pasatiempo ni una evasión, sino una forma -quizá la más completa y profunda- de examinar la condición humana" (p. 7). Así lo atestiguan ciertas novelas cubanas postsoviéticas, donde destacan las obras de autoras femeninas como Wendy Guerra, Daína Chaviano, Ena Lucía Portela, Anna Lidia Vega Serova, Marilyn Bobes, Mirtha Yáñez, Karla Suárez, Zoé Valdés, entre otras. Al estudiar el Período Especial, la perspectiva femenina revela la profundidad y matices del problema. Como asegura María Luisa Campuzano, "no puede hablarse sin la mujer, sin su perspectiva y su acento, ya que, durante este cuarto de siglo ha sido el suyo el proceso de cambio, de avance y de proyección social más radical y más creativamente consciente" (1998, p. 351).
En La nada cotidiana y Habana año cero, Zoé Valdés y Karla Suárez representan la experiencia de la crisis cubana de los años noventa. El primer texto, publicado en 1995, detalla los avatares diarios de Yocandra, la protagonista; en el segundo, de 2012, Suárez reflexiona desde la distancia y ofrece una explicación ontológica acerca de las transformaciones sociales y humanas del Período Especial.
A lo largo de sus carreras, ambas autoras han recibido el reconocimiento de los lectores y la crítica. Zoé Valdés (La Habana, 1959) resulta finalista del Premio Planeta en 1996, ganadora del Liberaturpreiss en 1997, Caballero de las Artes y las Letras en 1999, Azorín 2013 y Jaén de novela 2019. Por su parte, Karla Suárez (La Habana, 1969) recibe el Premio Lengua de Trapo en 2002, el Carbet del Caribe (2012), el Gran Premio del Libro Insular (2012) y el Iberoamericano Julio Cortázar en 2019.
Las obras en cuestión, La nada cotidiana y Habana año cero, transcurren durante los años más duros del Período Especial, entre 1993 y 1995. Antes de la crisis, los niveles de consumo y la calidad de vida pueden catalogarse como relativamente estables; pese a las restricciones impuestas por la cartilla de racionamiento y la estrechez de un mercado centralizado y controlado por el Estado, los cubanos disponen de los suministros básicos de alimentación, transporte, y servicios de salud y educación destacables para los estándares latinoamericanos de la época.
Aunque la economía cubana nunca alcanza niveles óptimos de eficiencia ni productividad, la asociación en 1972 con el Consejo de Ayuda Mutua Económica -CAME, una alianza estratégica entre países del bloque socialista- permite cierta bonanza sustentada en los subsidios soviéticos y el comercio de maquinarias y bienes desde Europa Oriental. Hacia 1989, Cuba importaba del campo socialista el 63% de los alimentos, el 86% de las materias primas, igual porcentaje de maquinarias, el 70% de las manufacturas y el 98% del consumo de petróleo (Silva León, 2008). Por tal motivo, no extraña que tras el derrumbe del muro de Berlín y el sucesivo colapso de sus socios comunistas, el producto interno bruto de la isla se desplome en un 35% entre 1989 y 1993.
Los efectos de la crisis resultan amplios e impactan sobre todas las esferas de la vida. Sin embargo, el área de mayor sensibilidad y con mayor trascendencia antropológica y cultural atañe a la alimentación. Según un informe de la investigadora cubana Ángela Ferriol Muruaga, en este período el aporte nutricional se reduce de 2845 a 1863 calorías diarias, cuando el mínimo recomendado para un cuerpo adulto ronda las 2200. En cuanto a proteínas, de unos 145 gramos diarios se cae a solo 75 como promedio. Como consecuencia de la falta de nutrientes, cada cubano adulto pierde entre un 5% y un 25% de su masa corporal (1998, s/p).
En las novelas analizadas, las autoras abordan las diferentes dimensiones del Período Especial sobre la vida cotidiana cubana, en temas como las relaciones sociales, la vida laboral, el paisaje urbano y los estragos físicos de las carencias. A través de tales elementos, la reconstrucción de la condición humana revela las claves del proceso antropogénico presente en la diégesis.
Como concepto, la antropogénesis alude al proceso de hominización del hombre; el fenómeno implica factores biológicos y culturales, políticos y ontológicos. Según la perspectiva de Giorgio Agamben (2006), constituye el devenir humano del animal homo sapiens (p. 145). El presente artículo posee el objetivo de explicar el funcionamiento de la antropogénesis durante el Período Especial según el análisis de las novelas La nada cotidiana y Habana año cero. Como hipótesis, se plantea que la estrategia antropogénica fundamental de las narraciones constituye el resistirse al influjo animalizante, un método de construcción de lo humano que coloca en el centro los valores del mito prometeico.
2. Literatura, Período Especial y antropogénesis: resistencia al influjo animal
Durante la década de 1990, la literatura cubana experimenta una renovación en tres planos fundamentales: los contenidos, el estilo de las obras y el nuevo papel social de la literatura y los autores (Uxó, 2010, p. 189). Mientras en las formas predominan los relatos experimentales, la ausencia de tramas lineales e historias coherentes, el recurso del humor, la parodia y el pastiche (Sklodowska, 2016, p. 142), en los contenidos destacan la sexualidad, la participación en la guerra de Angola, la marginalidad, la reescritura de la historia cubana -específicamente de la revolución-, y la crisis económica imperante (Fornet, 2003, p. 18; Rubio Cueva, 2001, p. 548; Uxó, 2010, p. 189).
Según la académica Ivonne Sánchez Becerril (2012), "la revitalización que experimenta la literatura cubana a partir de los noventa se relaciona estrechamente con su complejo contexto socio-histórico" (p. 84). El colapso del sistema literario de la revolución -fundamentalmente a través de la industria editorial y la crisis del papel- coincide con determinadas circunstancias políticas que favorecen la apertura: la distención de la censura institucional, el acceso a las editoriales extranjeras, la restitución de los ingresos por concepto de derechos de autor. Tales cambios propician la emergencia de "conceptos particulares de literatura [...] y poéticas individuales" en la narrativa insular de los noventa (p. 84).
Hasta ese momento, el aparato estatal y partidista ejercía un férreo control sobre la producción artística en la isla; de uno u otro modo, el gobierno vigilaba y condicionaba todas las manifestaciones culturales, ya sea a través de la censura directa o la represión sobre los intelectuales incómodos. Los ejemplos paradigmáticos de estos procesos lo constituyen el llamado "caso Padilla" y el Quinquenio Gris. Heberto Padilla, un poeta que inicialmente apoyó la causa revolucionaria, resulta arrestado en 1971 por sus críticas al régimen de Fidel Castro; su encarcelamiento y tortura en las instalaciones de Seguridad del Estado constituye un hito en la relación del gobierno con los artistas, pues pese al perjuicio para la reputación internacional de la revolución, el Estado reafirmó su voluntad de controlar ideológicamente a los artistas disonantes.
En cuanto al Quinquenio Gris (denominado "década negra" por algunos críticos), constituye un período comprendido entre 1971 y 1976 donde se institucionalizaron las prácticas estalinistas en la gestión de la vida cultural. Este proceso derivó de la entrada definitiva de Cuba en la órbita soviética, impulsada por la anexión al CAME y el alineamiento en política exterior tras la invasión de Moscú a Checoslovaquia en 1968. Durante el Quinquenio Gris, también se implementó la parametración, que consistía en una serie de parámetros impuestos por la moral socialista y de obligatorio cumplimiento para los trabajadores de la cultura. La puesta en práctica de dicha política conllevó la discriminación, represión y ostracismo por motivos de orientación sexual, ideológica y creencias religiosas a incontables artistas y escritores; entre los ejemplos más notables de los afectados se encuentran José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Antón Arrufat y Eduardo Heras León.
Zoé Valdés y Karla Suárez, las autoras de las novelas analizadas en el artículo, comienzan sus carreras a finales de la década de 1980; para este momento, la política cultural y editorial cubana se había flexibilizado respecto a la etapa precedente; no obstante, la frontera para la creación literaria permanecía diáfana: la legitimidad del sistema de partido único gobernado por Fidel Castro. En la década de 1990, como consecuencia de la referida crisis editorial, la edición en el extranjero permitió vulnerar dicho límite y evadir la censura de los comisarios políticos. Valdés, con un discurso directamente anticastrista, opta por exiliarse en París en 1995; ese mismo año publica La nada cotidiana, bajo el sello español Salamandra. La obra de Suárez, más moderada aunque igualmente crítica con la realidad insular, se publicó en 2012 por la editorial Unión.
Entre los ejes temáticos de ambos textos destaca la representación de la crisis del Período Especial. El vínculo entre la realidad y la diégesis constituye un rasgo fundamental de los libros referidos a la década de 1990 en Cuba. En palabras de la escritora y crítica Ena Lucía Portela:
[...] el valor literario [...] de todos esos libros está determinado no tanto por una estructura sólida, bien ensamblada, o por una prosa diáfana, expresiva, fluida, como por las historias que narran. Y no por el interés que pudieran suscitar las anécdotas por sí mismas, [...] sino por el vínculo más o menos palpable que se establezca entre ellas y la vida cotidiana del personal de a pie de la Cuba contemporánea. O sea, por la noción de "autenticidad". (2017, p. 94)
La noción de "autenticidad" implica tanto los hechos como los personajes. La intención de representar "la vida cotidiana del personal de a pie" constituye un testimonio de la época, una prueba de la antropogénesis y la conformación de la condición humana durante el Período Especial. A través de los elementos diegéticos -la trama, los enunciados del narrador, los diálogos-, las narraciones exponen la reacción de la condición humana al contexto de crisis: los textos recuentan los efectos de la adversidad sobre el modo-de-ser de los personajes; asimismo, describen las estrategias de afrontamiento, resiliencia y superación de la adversidad.
La definición de humano o condición humana encierra un profundo y remoto problema conceptual. La pregunta "qué es el hombre" acecha a la humanidad desde el mundo antiguo y aún en el presente. Una de las más remotas e influyentes definiciones proviene de la civilización griega, que a través del mito de Prometeo enmarcó la cuestión mediante determinados propios. Según la narración mitológica, los dioses encargaron a Epitemeo y Prometeo distribuir las capacidades entre los recién creados hombres y animales. En busca del equilibrio, Epitemeo distribuyó los dones de la siguiente manera:
[...] a los unos les concedía la fuerza sin la rapidez y, a los más débiles, los dotaba con la velocidad. A unos los armaba y, a quienes les daba una naturaleza inerme, les proveía de alguna capacidad para su salvación. (Platón, 2019, p. 17)
Mas Epitemeo comete un error y olvida a los humanos. Cuando por fin se percata, ya no quedan habilidades para repartir. "Mientras los demás animales tenían cuidadosamente de todo, el hombre permanecía desnudo y descalzo, sin coberturas ni armas" (Platón, 2019, p. 18). Como compensación al déficit, Prometeo roba el fuego de Hefestos y la sabiduría de Atenea, símbolos griegos de la tekné (técnica, capacidad de construir algo artificial) y del logos (la razón).
Según el mito, tales rasgos o propios -la razón y la técnica- distinguen al hombre del resto de las especies. La segunda parte del relato, menos conocida, agrega una tercera dimensión: la vida en sociedad. A pesar de las nuevas capacidades, el homo sapiens sigue pereciendo ante las fieras. Según la versión de Protágoras (en Platón, 2019): "Ya intentaban reunirse y ponerse a salvo con la fundación de ciudades. Pero, cuando se reunían, se atacaban unos a otros, al no poseer la ciencia política; de modo que de nuevo se dispersaban y morían" (p. 18). En tal tesitura irrumpe Zeus, quien, para proteger definitivamente a los humanos, reparte la virtud moral y la justicia entre todas las personas, "pues no habría ciudades si sólo algunos de ellos participaran, como de los otros conocimientos" (p. 18).
La virtud moral y la justicia conforman los valores fundamentales de la política, que junto a la razón y la técnica constituyen la tríada de los propios humanos; según la cultura occidental heredera de Grecia, tales rasgos distinguen al hombre del resto de animales. Más recientemente, la filósofa alemana Hannah Arendt (1906-1975) aborda el problema en su obra La condición humana, publicada en 1958, donde propone una estructura conceptual para explicar la antropogénesis.
Al comprender la condición humana, Arendt (2009 [1958]) distingue entre dos grandes dimensiones: el mundo humano y la vita activa. En la primera, incluye todos los objetos naturales o artificiales que el hombre integra a su existencia: "todo lo que entra en el mundo humano por su propio acuerdo, o se ve arrastrado a él por el esfuerzo del hombre, pasa a ser parte de la condición humana" (p. 23). En tanto, la vita activa constituye "la vida humana hasta donde se halla activamente comprometida en hacer algo" (p. 37). A su vez, descompone la vita activa en tres categorías, "cada una de las condiciones básicas de la vida del hombre en la tierra" (p. 21): la labor, el trabajo y la acción.
La labor atañe al proceso biológico del cuerpo, a los procesos de nutrición, a la vida misma (Arendt, 2009 [1958], p. 21). El trabajo, o condición humana de mundanidad, constituye un ciclo que proporciona un "mundo artificial de cosas" para la supervivencia, es decir, los recursos indispensables para el sostén y desarrollo de la labor. En tanto, la acción o condición humana de pluralidad resulta "la única actividad que se da entre los hombres sin la mediación de cosas o materia". Para Arendt, la acción prevalece sobre el resto de las categorías, pues la considera fundamento de la condición humana: "Sólo la acción es prerrogativa exclusiva del hombre; ni una bestia ni un dios son capaces de ella, y sólo ésta depende por entero de la constante presencia de los demás" (2009, p. 38).
Tanto la propuesta de Arendt como el mito prometeico coinciden en la relevancia de la condición humana de pluralidad: acción para la filósofa alemana, política para el relato griego. En ambos casos, el sentido moral y la noción de justicia estructuran la antropogénesis y el proceso de hominización. En tal sentido, cuando en el presente artículo se nombra el influjo animal durante la crisis del Período Especial, se refiere a la degradación de los mencionados valores de moral y justicia; asimismo, incluye los propios prometeicos de la técnica y la razón.
En una célebre frase de San Agustín, el teólogo define al humano como un profundo abismo: "¿Acaso amo en un hombre aquello que me resulta odioso ser? ¡El profundo abismo que es el hombre mismo!" (2007, p. 56). Metafóricamente, el sabio de Hipona alude al carácter existencial del homo sapiens; el Aquinate plantea el misterio y la duda del hombre hacia sí mismo, hacia su origen y propósito en el mundo. El vértigo ontológico de mirar al abismo parece la incógnita que evaden las novelas La nada cotidiana y Habana año cero.
En ambas novelas, tanto los personajes como la narración tienden a reafirmar los modo-de-ser preestablecidos, aquellos configurados previamente a la crisis. En cierto nivel de lectura, la historia constituye el intento de los personajes por conservar el estatus de su condición humana, incluido el menguante entorno que colapsa ante sus ojos: Yocandra, la protagonista de la obra de Zoé Valdés (1998 [1995]), persiste en su trabajo como editora de una revista cultural, a pesar de la debacle del sistema editorial de la isla; en tanto, el personaje protagónico de Habana año cero, una maestra de matemáticas llamada Julia, insiste en su vocación pedagógica en el preuniversitario.
En cuanto al proceso antropogénico, las dos situaciones resultan análogas. Mientras Yocandra demuestra una pasión por las artes -en especial la plástica y la literatura-, Julia preserva su estatus existencial mediante el fervor por la ciencia. Pocos elementos representan más a los propios humanos, en particular al logos, que las artes y las ciencias. El aferramiento trasluce una lucha contra la erosión del mundo de los personajes, desarticulado como consecuencia de la crisis económica del Período Especial. En La nada cotidiana Valdés relata el fenómeno mediante la exposición de su vida diaria:
Regreso pedaleando [...]. Llego a la casa, no hay luz. Me meto a cocinar desde las tres, pero en lo que el gas va y viene me dan las ocho o nueve de la noche. A esa hora si logro comer me puedo considerar una mujer realizada. [...] En lo que la cazuela se eterniza en la hornilla me da tiempo de bañarme, cargar agua de la esquina, subir los ocho pisos con un cubo en cada mano en tres y hasta en cuatro idas y venidas. [...] A la hora que termino de cenar limpio la casa y antes de acostarme leo algo, o veo alguna película en vídeo, si para entonces han puesto la electricidad. Esto es lo que hago, más o menos, cada día de mi vida. (Valdés, 1998 [1995], pp. 20-21)
En el fragmento, la enumeración de cada pequeño acto encierra la ruptura con el mundo anterior, la desarticulación que implica un costo emocional y físico para el personaje. Por ejemplo, cuando menciona que "regresa pedaleando", en el contexto del Período Especial, alude al colapso del transporte público; la falta de electricidad y la intermitencia del gas refiere la crisis energética y los constantes apagones; "subir los ocho pisos con un cubo en cada mano", supone tanto la escasez de agua como la rotura de los ascensores (lo que induce el deterioro inmobiliario que padece la ciudad).
La suma de tales microrrupturas, el colapso cotidiano del mundo humano, conlleva el retroceso técnico de la sociedad cubana: las bicicletas en vez de autobuses, usar escaleras y no ascensores, el corte de fluido eléctrico y del gas, la intermitencia del abastecimiento del agua, etc. El paulatino declive material repercute sobre varias dimensiones de la vita activa, específicamente, el trabajo.
Yocandra describe la improductividad laboral en Cuba como consecuencia de la falta de energía, materias primas y motivación. "Nuestra revista de literatura, de la cual soy la jefa de redacción, no podemos realizarla por ‘los problemas materiales que enfrenta el país’" (Valdés, 1998 [1995], p. 20). El principal obstáculo resulta la ausencia de electricidad, hecho que demuestra la involución técnica del sistema productivo del país: "se acabó la jornada laboral, no porque haya llegado la hora de irnos, sino porque vino otro apagón y no sólo no funcionan la computadora y la fotocopiadora, las máquinas de escribir también son eléctricas" (p. 49). El declive económico no se limita al contexto del personaje ni al campo cultural; como asegura la protagonista, la reducción de la jornada afecta a todo el país: "en la oficina estoy hasta las dos de la tarde, porque ya en ningún lugar se trabaja hasta las cinco" (p. 20).
La novela de Karla Suárez (2016 [2012]) coincide con La nada cotidiana sobre el acelerado deterioro del mundo humano durante el Período Especial. Habana año cero describe, si cabe, un panorama aún más desolador: "Todo ocurrió en 1993, año cero en Cuba. El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza" (p. 11). En este escenario casi apocalíptico, de posguerra sin guerra, la narración sitúa a Julia, una protagonista cuya condición humana (al igual que Yocandra), permanece anclada a uno de los propios humanos del mito prometeico: la razón. "Soy licenciada en Matemática y a mi profesión le debo el método y el razonamiento lógico. Sé que hay fenómenos que solo pueden ocurrir cuando determinados factores se reúnen" (p. 11).
Al definirse como matemática, la narradora propone un relato racional, pretendidamente objetivo, sobre la experiencia del Período Especial. Con tal objetivo, apela a referencias científicas como el álgebra, la teoría de los fractales (en lo que luego se profundizará), y las funciones de segundo grado. En relación con estas últimas, describe el año 1993 como "el punto crítico mínimo de una curva matemática [...], el cero de abajo, el hueco, el abismo" (Suárez, 2016 [2012], p. 22).
Una vez más, la metáfora agustiniana del "abismo" emerge como referente de la existencia humana. Tal figura no implica solo profundidad, sino también incertidumbre y peligro; un espacio desconocido donde pueden variar las leyes, se desvanecen las referencias y el ente puede potencialmente transformarse. El abismo cubano de 1993 proviene de las carencias materiales, la disolución abrupta del mundo humano, y la creciente desesperanza de superación:
Vivir en La Habana era como estar dentro de una serie matemática que no converge a nada. Una sucesión de minutos que no iba a ninguna parte. Como si todas las mañanas despertaras en el mismo día, un día que se ramificaba y se volvía pequeñas porciones que repetían el todo. Horas enteras sin electricidad. Poca comida. Arroz con chícharo a diario. Y la soja. Picadillo de soja. Leche de soja. En Europa eso será un lujo dietético, pero aquí era el pan nuestro de cada día. Y solo teníamos derecho a un pan al día. Una pesadilla. El país dividiéndose entre el dólar y la moneda nacional. La noche desierta, los autos sustituidos por bicicletas, comercios clausurados, basura amontonada. (Suárez, 2016 [2012], pp. 22-23)
Al igual que en La nada cotidiana, Habana año cero describe el retroceso técnico, económico y biológico de la sociedad cubana de los años noventa del siglo XX. En ambas obras los personajes se resisten al abismo mediante el aferramiento al logos (razón): Yocandra a través del arte, sobre todo la literatura y el cine; Julia mediante la ciencia, la matemática y el pensamiento racional. Si en el primer caso el aferramiento resulta consustancial al relato (se percibe en las digresiones narrativas, en pequeños detalles o en elementos meramente escenográficos), en el segundo constituye el eje de la trama: la búsqueda del manuscrito de Antonio Meucci, presunto inventor del teléfono. El hallazgo del documento supone tanto un rédito económico como intelectual, pues demuestra la creación del teléfono en La Habana del siglo XIX.
En la medida en que Julia adopta el papel de detective y el conflicto se centra en el misterio, el texto asume los códigos del género policial. Al respecto, Tzvetan Todorov señala que la novela de enigma no contiene una, sino dos historias: la historia del crimen y la de la pesquisa (1974, p. 2). La primera cuenta "lo que realmente pasó", y cronológicamente termina antes de comenzar la segunda (el libro); mientras, la otra explica cómo el lector (o el narrador) toma conciencia de los hechos (Todorov, 1974, p. 2). En la estructura de Habana año cero, la historia de la pesquisa constituye la narración de Julia, lo visible, el rastreo del documento, su romance con Ángel, la alianza con Euclides; en tanto, la historia del crimen, lo oculto, atañe a las circunstancias previas que configuran los sucesos: las acciones de Margarita (examante de Ángel, hija de Euclides y dueña original del manuscrito) y "la mariposa que batió sus alas sobre el Muro de Berlín", origen del influjo que arrasa cada espacio de la isla.
En la diégesis, la experiencia del Período Especial adquiere relevancia en las "dos historias" de Todorov. Por un lado, configura el relato del crimen. Margarita se marcha a Brasil, momento cuando desaparece el manuscrito, para huir de la crisis; además, la situación social y la ausencia de oportunidades predestina la convergencia de los personajes "hacia un único punto" (la persecución obsesiva del documento). En cuanto a la narración de la pesquisa, el escenario del Período Especial rige la vida de los sujetos y, sobre todo, dota a la búsqueda de un sentido inusitado en cualquier otro contexto:
[...] ya sé que no tiene tanta importancia saber quién inventó el teléfono, ni tener un papel que lo demuestre, pero dame una situación de crisis y te diré de qué ilusión vas a agarrarte. Eso era el documento de Meucci: pura ilusión. (Suárez, 2016 [2012], p. 232)
En la trama, la relevancia del manuscrito está supeditada a la experiencia del Período Especial. Ante el influjo destructivo de la crisis, el objeto perseguido se erige en asidero existencial, en el motivo que enrumba la vida caótica de los personajes. La relación entre ambas entidades (el papel de Meucci y la condición del Período Especial) constituye no solo el punto de cruce entre la historia del crimen y la historia de la pesquisa, sino también el mecanismo deseante que conduce el devenir de la novela de Suárez.
Al margen de las protagonistas de las obras analizadas, varios personajes secundarios encarnan el arquetipo de resistencia al influjo animalizante, un modo de la antropogénesis caracterizado por el aferramiento a los valores del mito prometeico. Tales figuras, además, evidencian los efectos de dicha estrategia durante la adversidad del Período Especial. El Traidor (La nada cotidiana) y Euclides (Habana año cero) ejemplifican estos casos.
El Traidor, primer esposo de Yocandra, era el escritor de moda, bello, de tez rosada y bien vestido (Valdés, 1998 [1995], p. 22), con el poder de sobornar funcionarios y trabajar como diplomático en el extranjero. La relación entre ellos permanece marcada por la asimetría. En primer lugar, por la edad y la experiencia de vida. "Yo contaba dieciséis años y aspiraba muy en secreto a ser una escritora de renombre universal. Él tenía treinta y tres y decía que había publicado dos novelas, tres libros de ensayos y un libro de poesía" (p. 22). Mientras el vínculo se consolida, el amante desplaza al padre como tutor de Yocandra: el uno representa al campesino anticuado, burdo e insensible (el origen); el otro a la persona sofisticada en quien convertirse (la formación). Pese al paulatino alejamiento de la figura paternal, el personaje femenino no conquista la soberanía. "En verdad vivía prisionera como en un convento, mi religión era el amor y mi dios era el Traidor" (p. 30).
Luego de tres años de relación furtiva -donde abunda el despotismo, la corrupción y el simulacro social-, el hombre la desposa. La causa del matrimonio no resulta el amor, ni la correspondencia con el afecto y compromiso de Yocandra, sino el oportunismo: "[...] tenemos que casarnos, hoy mismo, ya lo arreglé todo [...]. Necesito una mujer, digo, una ‘compañera’... Me dan un puesto importante en un país lejano, en Europa, y tengo que ir casado. Me empujó dentro del auto" (Valdés, 1998 [1995], p. 31). Pese a la complicidad de la mujer, el maltrato del Traidor resulta patente. El detalle de "empujarla dentro del auto" denota el maltrato físico y la dominación sobre Yocandra. Al momento de la boda, y tras el soborno de 100 pesos a la notaria (para acelerar el trámite), la novia reafirma su dependencia: "[...] lo que hago es lo que él ordene, porque él es un hombre de mundo y sabe lo que hace, y siempre le ha salido bien. Él va por el camino correcto y yo detrás" (p. 32).
El momento del casamiento y la partida al exterior constituyen la cima del Traidor. En un guiño autobiográfico1, la narradora afirma que "partimos cuatro años para un país extranjero" (Valdés, 1998 [1995], p. 34), etapa cuando se agudizan los conflictos maritales. Durante la estancia en Europa, inicia la caída del hombre: la impotencia sexual, la acentuación de parafilias y el bloqueo en la escritura lo llevan al declive. La tendencia se acentúa tras el retorno a Cuba -ya divorciados-, donde el Período Especial comienza los estragos. Tras pasar un tiempo en la isla viviendo como un ciudadano común, el deterioro físico del Traidor resulta notable: "daba pena lo mal macho que se había puesto, flaco, calvo y encorvado, los dientes cariados y flojos" (p. 37).
En la novela, un pasaje resume la involución del hombre y el desvarío de su estrategia de supervivencia. Valdés describe cómo su exmarido se resiste al influjo animalizante -signado por los designios de las necesidades biológicas (labor, diría Arendt)- y se aferra a los valores del mito prometeico (en este caso el logos, a través de la Filosofía):
El otro día, en la cola del pescado, cuando quiso adelantarse alegando que un filósofo no podía perder el tiempo en colas, una gorda le dio una clase de pescozón que lo lanzó sobre el charco junto al contén. Y tuvo que zumbarse las seis horas parado, leyendo no sé qué librito de Derrida. (Valdés, 1998 [1995], p. 33)
La estrategia del Traidor lo coloca en una situación patética. El otrora hombre poderoso ha perdido el estatus. Simbólicamente, cada elemento del pasaje resume su devenir antropogénico: la cola para comprar pescado alude al movimiento inmunitario esencial del Período Especial (conseguir comida); la estrategia fallida (argumentar en nombre de la Filosofía), la actitud deficiente para afrontar la crisis; la gorda del pescozón representa al espécimen dominante del nuevo contexto (el homo sapiens desinhibido que, en caso necesario, apela a la violencia para cumplir su propósito). La triste imagen del Traidor sobre el charco, junto al contén, señala la progresiva pérdida de dignidad del personaje. El desenlace del suceso (las seis horas de espera y la persistencia en la lectura de Derrida) reafirma el aferramiento a la misma estrategia de supervivencia y, con ella, el deterioro irreversible del sujeto.
El devenir del Traidor ha sido conceptualizado por la catedrática estadounidense Brianne Orr (2007), especialista en masculinidades y estudios hispanoamericanos. Orr lo considera como "otro hombre maduro que se queda congelado en el discurso revolucionario", un sujeto que "se intenta construir como héroe comunista en el coctel de machismo, hombre de acción, gran escritor y filósofo que extrae de sus modelos" (2007, p. 79). Dada las expectativas generadas sobre sí -y la impostura en sus rasgos modélicos-, el destino del personaje ante la crisis de la década de 1990 resulta aciago: "esas capas son en realidad armaduras que se van haciendo añicos una a una" (p. 79).
La misma suerte corre Euclides en Habana año cero, en el sentido antropogénico, personaje equivalente al Traidor. Mientras el uno constituye un escritor en decadencia, el otro actúa como un científico frustrado, como un profesor de matemáticas venido a menos. El primer rasgo del declive, como resulta reiterativo, radica en el deterioro físico derivado de la mala alimentación y las pésimas condiciones de vida: "Mi amigo parecía otra persona, estaba flaquísimo. Como el transporte se había puesto muy difícil no le quedaba más remedio que ir y venir a pie de la universidad a la casa" (Suárez, 2016 [2012], p. 18).
La soledad también mella la personalidad de Euclides. Suárez (2016 [2012]) refiere otro de los fenómenos traumáticos del Período Especial en Cuba: la migración y la consecuente ruptura familiar: "En poco menos de tres meses, sus hijos mayores se habían ido del país. La razón no era él, lógicamente, sino el país que comenzaba a derrumbarse" (p. 18). La partida de los hijos repercute sobre la vida profesional del personaje, quien cae en depresión y abandona su trabajo en la universidad. "Pasó mucho tiempo bajo tratamiento y pastillas. Así se fue perdiendo mi maestro" (p. 18).
El cúmulo de adversidades fuerza el reajuste de cada arista de la condición humana en Euclides: en cuanto a la vita activa, se manifiesta el déficit en la labor (a través de la pérdida de peso y el deterioro físico), el trabajo (pues resulta incapacitado para continuar su profesión como maestro), y la acción o condición humana de pluralidad (al desintegrarse el núcleo familiar). Sin embargo, al igual que el Traidor con la Filosofía, Euclides se aferra a la ciencia como la única tabla de salvamento:
Muchas de sus ilusiones se habían ido al carajo [...], iba como deslizándose suavemente y sin remedio hacia un estado de inercia donde estás condenado a no soñar más. Solo que Euclides se resistía. Mi Euclides iba a aferrarse con fuerza a las paredes para que el deslizamiento fuera lo más lento posible. Para eso tenía sus libros científicos y un gran sueño: encontrar el documento de Meucci. (Suárez, 2016 [2012], p. 70)
La perseverancia de Euclides no recibe premio. Aunque el manuscrito permanece bajo sus narices, no puede hallarlo: su hijo adolescente, un aprendiz de escritor, emplea el viejo documento como hojas desechables para un taller literario. Julia lo encuentra tiempo después, y aunque ya no posee el mismo valor, consigue venderlo y sacar algún beneficio. Yocandra, la protagonista de La nada cotidiana, experimenta un final menos amable. El agobio ante la crisis, la imposibilidad de transformar su vida, conlleva la aniquilación de la condición humana del personaje, es decir, su muerte.
En la novela, Valdés inaugura un tópico posteriormente reiterado en la narrativa del Período Especial: los balseros. Tanto Daína Chaviano (El hombre, la hembra, el hambre, 1998) como Alexis Díaz Pimienta (Prisionero del agua, 1999), recurren a dicho recurso para sellar el destino de sus protagonistas. "Todo se ha vuelto opaco alrededor de su cuerpo. Sus piernas no responden a la orden de avanzar. Ella levita. Sus piernas no existen. ¿Y ella, ella existe?" (Valdés, 1998 [1995], p. 11). La narradora disipa las dudas con un enunciado fulminante: "Estamos en el Purgatorio. Usted está muerta" (p. 13).
4. Conclusiones
El trágico desenlace de Yocandra y los destinos de El Traidor y Euclides evidencian un rasgo común: el afrontamiento del Período Especial bajo las normas de los propios humanos del mito prometeico (la razón, la técnica, la virtud moral y la justicia). En la crisis económica y social de los años noventa del siglo XX, según las novelas analizadas, el aferramiento a dichos principios redunda en la extinción (literal o simbólica) como consecuencia de la inadaptación al influjo animalizante del contexto.
En los personajes mencionados, el reajuste de la condición humana forzada por la crisis -la evolución de la vita activa y el mundo humano ante las nuevas circunstancias- ocurre de manera deficitaria. El déficit deriva de la estrategia de supervivencia de los individuos, o sea, del movimiento autoinmune caracterizado por la inhibición de los instintos durante el proceso de hominización: en ese devenir humano del animal homo sapiens -como define Agamben la antropogénesis (2006, p. 145)-, apreciamos cómo estos sujetos reniegan del elemento animal que compone la naturaleza humana, pues se aferran a los valores del humanismo como única forma de salvación.
Yocandra, el Traidor y Euclides -y en menor medida Julia, quien se rectifica al final de la novela- realizan una mala lectura de la situación. El despropósito radica en la inviable estrategia para "perseverar en su ser" -es decir, conservar la humanidad-, pues marginan sistemáticamente el potencial animal (entiéndase la desinhibición de los instintos, y, con ello, la superación del marco de la moral y la racionalidad). Dicha actitud provendría de una arraigada concepción sobre la naturaleza humana, aquella que escinde al hombre en dos dimensiones enfrentadas entre sí: lo humano y lo animal.
Las lecturas de estas novelas con tan elevada carga testimonial, así como la consideración teórica de autores como Giorgio Agamben y Hannah Arendt, muestra las consecuencias prácticas de la escisión artificial entre la naturaleza humana y animal del hombre. La resistencia de Yocandra, el Traidor y Euclides contrasta con el camino alternativo asumido por otros personajes, quienes se arrojan al influjo animalizante y demuestran la validez de la tesis darwiniana: la adaptación. El ejemplo paradigmático de esta tendencia resulta ser Leonardo, de Habana año cero, un personaje cuya "manera de comportarse lo convertía en una especie de rata, un tipo interesado y poco confiable" (Suárez, 2016 [2012], p. 156).
La propia definición de Leonardo como "rata" revela la animalización del hombre, una persona regida por sus ambiciones individuales y de subsistencia. La principal diferencia entre Leonardo y el resto de los sujetos radica en la desinhibición de sus instintos, en su tendencia para acumular fuerzas y la voluntad de poderío. En términos del mito prometeico, el personaje desvirtúa la virtud moral y la justicia, pues transgrede los límites éticos para beneficiarse; ello lo realiza de una forma sibilina, ya que evita mostrarse como tal y quedar aislado y vulnerable. No obstante, la eficacia de su estrategia adaptativa resulta incuestionable:
Leonardo era una de esas criaturas, que en lugar de caminar, rodaba, se desplazaba suavemente. Incluso hasta cuando se sentaba en un sofá se le veía incómodo porque no sabía dónde meter las piernas. Las suyas eran como un órgano que había evolucionado en una fusión simbiótica con los pedales de la bicicleta y ya ni recuerdo tenía de su anterior función. Seguramente el hombre que viviría en el futuro en Cuba no tendría piernas, pero sí un estómago pequeño y un par de ruedas. (Suárez, 2016 [2012], p. 96)
El modo-de-ser de Leonardo, la evolución antropogénica predominante durante el Período Especial en Cuba, se refleja en incontables relatos de la narrativa insular postsoviética (como en las obras de Pedro Juan Gutiérrez, Ena Lucía Portela, Rolando Menéndez, entre otros). Sin embargo, La nada cotidiana y Habana año cero optan por representar la otra cara de la moneda: la de aquellos que perseveran (y fracasan) en subordinar la dimensión animal de la condición humana.
Referencias bibliográficas
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Notas
1Entre 1984 y 1988, Zoé Valdés integró la delegación cubana ante la Unesco, en París. Esta institución se menciona en la novela, pues una de las amantes del Traidor trabaja ahí: "[...] parece que él ha tenido relaciones con una venezolana de la UNESCO que le ha pegado una trichomona del carajo" (1998, p. 36).
Recibido: 04.12.23; Revisado: 05.06.24; Aprobado: 24.06.24