En el mes de octubre de 2018, en el marco del Congreso Internacional Antonio Cornejo Polar frente a los estudios culturales, realizado en Arequipa, se presentó Lima fundida: épica y nación criolla en el Perú, un extenso y valioso libro del poeta y crítico José Antonio Mazzotti. El texto aborda un tópico de interés -nación criolla- para los estudios poscoloniales y decoloniales, contribuyendo a la comprensión de la literatura virreinal con una admirable acuciosidad y registrando el desarrollo de la agenda de muchos investigadores especializados en el tema y la época. He aquí una rápida mención de algunos aspectos importantes de dicho estudio.
En su libro La novela peruana (1989), Antonio Cornejo Polar, en el artículo “La historia como apocalipsis (sobre Historia de Mayta de Vargas Llosa)”, casi al final, cita el libro Desborde popular y crisis del Estado: el nuevo rostro del Perú en la década de 1980 de José Matos Mar, publicado el año 1984, para referirse a una visión distinta y opuesta a la que planteaba en dicha novela el hoy Nobel de Literatura.
Frente a una realidad peruana apocalíptica, la conclusión que esboza en su libro Matos Mar dice que “lo que está en plena desintegración es la ‘república criolla’, pero de ninguna manera el Perú. Por ello, el futuro, aunque marginado, debe ser visto con optimismo”. Esta esperanzadora reflexión del antropólogo peruano, puede servir también para responder a la pregunta del personaje vargasllosiano, Zavalita: “¿en qué momento se jodió el Perú?”. El Perú no es el que está jodido, sino la “república criolla” es la que está jodida.
En el libro de Mazzotti que reseño, no se intenta responder a esa contemporánea pregunta vargasllosiana venida desde la literatura, sino más bien se trata de dar cuenta de otro interrogante más académico: ¿en qué momento surgió en la América hispánica y colonial el “discurso criollo”? La respuesta la encontrará después de una exhaustiva revisión crítica de muchos escritos coloniales considerados como poemas épicos, donde los “sujetos criollos” van a escribir o inventar una realidad criolla. Esta nueva nombradía transita de una posición degradada a una mejorada con la finalidad de crear un “discurso de reivindicación étnica”, de “exaltación de la patria” y de “superioridad” en todo orden de cosas ante los peninsulares.
Después de 1821, la república instalada no respondió a esa auténtica conciencia criolla emancipadora ni al sentimiento vindicatorio de igualamiento con “aquel” (otro) que antes lo despreciaba o lo echaba de menos, sino que, dentro de la ambigüedad natural de su historial discursivo, el discurso criollo postindependentista se reconstituyó en su pasado inmediato colonial. Ello gracias a un espíritu de grupo o casta, engendrado en los primeros republicanos peruanos que, al no querer/poder asumir el desprendimiento del espíritu conquistador hispánico, entraron en una insoluble e incomprensible crisis de poder de la que no han podido salir a lo largo de nuestra historia republicana. La añorada Independencia no pudo hacerles olvidar su pasado; por el contrario, parece que les advino una repentina y extraña nostalgia por sus ancestros europeos, por la búsqueda de su árbol genealógico, de su antigua estirpe enraizada y extraviada en la península ibérica.
Esta sentimentalidad encontró una expresión sugestiva y consoladora para ese enajenado espíritu criollo: Madre Patria España. La expresión les sirvió para justificar su empresa nostálgica de recuperar el imaginario peninsular que muchos años después se restableció en una suerte de reconciliación, después del Combate del 2 de mayo de 1866, inspirada en la parábola cristiana del hijo pródigo que no había retornado en cuerpo, sino en alma, en espíritu. De este modo, su orgullo racial se sumó al lugareño hasta erigirse como una etnia superior, de corte señorial, exclusiva y excluyente, con grandeza de casta noble y despótica realeza goda, que solo pudo plasmarse en ese “desvío hispanista” o “linaje de encomendero” al que hoy reconocemos como la añoranza de una “aristocracia residual”.
La filiación entre el pasado colonial y el presente del primer grupo conductor de los inicios del ciclo republicano en el siglo XIX fue caracterizada por José Carlos Mariátegui como expresión ideológica de un “colonialismo supérstite”. Este resurgimiento de lo hispánico y el abandono de la raíz étnica criolla, luego de la instalación de la república, ha sido también considerado por Antonio Cornejo Polar como el “desvío hispanista” del espíritu criollo, originado por cierta “situación acomodaticia” y por el temor natural de los “hijos de encomenderos” ante la insurgencia del indígena encubierto de incaísmo y los aires de empoderamiento del mestizo, pero sin un atisbo de identidad étnica.
La etimología del término “criollo” no es hispánica. Los lingüistas históricos han ubicado sus orígenes en las colonias europeas del mar Caribe. Sus antecedentes más próximos son el término francés “créole” o “crioulo”, palabra portuguesa derivada de criar (crianza) que, en su decurso histórico influido por la “nueva habla caribeña”, mezcló el idioma del colonizador con las lenguas nativas de los colonizados, hasta referirlo a las personas de raza negra, nacidas en América, que no habían sido traídas como esclavos. De allí se generalizó para denominar a todos los descendientes de europeos nacidos (criados) en los territorios colonizados de América, y designar finalmente a todo lo propio o autóctono de cualquier país hispanoamericano, o figurativamente, simbolizar lo llano, lo simple, lo vulgar (popular).
En su libro, el crítico Mazzotti centra su análisis en el múltiple y complejo conjunto de relaciones que se dan entre las categorías: sujeto (criollo), discurso (poesía épica) e imaginario colectivo (nación étnica, criolla). Estos tres elementos le permiten rastrear una probable configuración de “nación criolla” en el Perú colonial, desde Pedro de Oña con el Arauco domado (1596) hasta llegar a Pedro de Peralta Barnuevo Rocha y Benavides (1664-1743), autor de un largo poema épico titulado Lima fundada (1732) y su antecedente España vindicada (1730). Estos discursos criollos fueron hijos de la Ilustración europea-francesa, adaptada a la realidad americana, aproximadamente desde fines del siglo XVI hasta inicios del siglo XVIII.
El desplazamiento de los descendientes de los conquistadores por las políticas imperiales trajo consigo un rencor, a pesar de la mitificación de la empresa de la conquista hecha por Hernán Cortés, con la intención de ubicarlos en un cómodo lugar dentro de la organización del poder real. Por el contrario, fueron desplazados y algunos hasta despojados de lo que lograron con esfuerzo y riesgo de sus propias vidas. La consecuencia natural de esta política de la corona española fue llevarlos hasta el reducto de la conspiración o del asedio al virrey, para no ser definitivamente excluidos como los mestizos, los negros o los indígenas.
La primera visión de lo criollo fue la de la degeneración respecto de España, pero a la par, representa lo nuevo a través de la afirmación de un grupo de excastellanos, andaluces y extremeños, descendientes de los conquistadores y tipificados como “beneméritos”, quienes forjan una identidad diferente a la de su origen. Esta forma de concebirse es la base de su ulterior posicionamiento y afirmación en el espacio americano hasta convertirlo en el primer rasgo identitario de la futura nación criolla que en muchas crónicas mestizas ya se muestra en descripciones de localidades que las hacen ver como una configuración espacial diferente y a tomar en cuenta para el desarrollo de América, acorde con sus características naturales e imaginarios comunitarios. De este modo, en el reflejo de las azules aguas del Pacífico o Mar del Sur, se mirarían distintos y más hermosos que los otros. Su piel blanca, criolla-americana, sin mancha ni mezcla, casta y pura, sin mácula cobriza que la afeara, aunque lejana del originario blanco hispánico que con envidia y recelo llamarían peninsular.
En el lenguaje tradicional, lo criollo asume una primera construcción de orgullo americano frente al castellano peninsular. Esta línea de exaltación y defensa de los criollos o españoles americanos ha tenido diversas facetas y momentos hasta llegar a ser considerados como “el soporte espiritual y material destos reynos”, cuando no “la clara anticipación de la conciencia nacional peruana y también hispanoamericana”, como lo interpretó M. Aurelio Miró Quesada al momento de recordar el tricentenario del nacimiento de Peralta y Barnuevo. Así, el orgullo criollo tuvo un carácter narcisista. Solo fue capaz de distinguir su imagen en el espejo de la tierra americana. No pudo ver al otro (indio o mestizo), distinto o parecido, habitante de los suelos conquistados. Su inicial crítica administrativa es una tibia manifestación de una crítica política de base étnica, simple reclamo por mantener el orden colonial e iniciar una tímida protesta o demanda de poder, respecto de la situación real de los intereses de la corona española (peninsular) en las colonias amerindias.
Sin embargo, el criollo peruano fue distinto del mexicano, no solo como sujeto sino también en su discurso. Mazzotti revisa ambos procesos y considera que el discurso de la criolledad limeña fue tardío, apareció casi un siglo (85 años) después para elogiar lo limeño ante lo mexicano o frente a la capital incaica, Cusco. Esto ocurrirá en los inicios del siglo XVIII, cuando la ambigüedad y ambivalencia del discurso criollo americano aparece asumiendo un posicionamiento entre el peninsular (dominante) y el incaico e indígena (dominado). Este posicionamiento de lo “criollo” se basa en una mínima conciencia étnica de exaltación del terruño ante lo peninsular hegemónico, dominante, y también contra el incaísmo establecido desde el Cusco, a partir de las lecturas parciales de los Comentarios reales del Inca Garcilaso.
En dicho marco es menester traer a colación el caso de Mariano Melgar, porque resulta ilustrativo en ese momento de las múltiples facetas del discurso criollo preindependentista, y más aún por la mezcla de los conceptos ‘patria’ y ‘nación’, tan recurrentes en el poeta de los yaravíes, así como la clara insurgencia de una variante discursiva criolla “atípica”, emparentada con la primera Ilustración americana en la comprensión, aún vinculante entre patria y nación. Algo muy común en el proceso preindependentista americano, conocido como Emancipación.
En el capítulo seis, el de mayor interés para comprender la génesis discursiva de lo criollo en el Perú, el autor plantea sugestivamente que don Pedro Peralta Barnuevo se inspira en el modelo del Inca Garcilaso de la Vega. En el caso del cusqueño, se opone lo inca y lo hispano; en el limeño, lo hispánico y lo criollo (limeño). Para Mariano Melgar, en el marco preindependentista: lo criollo, lo indígena y lo mestizo.
Lima fundida: épica y nación criolla en el Perú es un vigoroso estudio anclado en el pasado americano, que nos hace percibir al discurso criollo como un conjunto de expresiones transculturadas, heterogéneas, muy marcadas por su histórico carácter étnico y su inocultable herencia colonial que, como todo en nuestro país, aparece conflictivo desde sus orígenes y metamorfoseado o multifacético en su proceso formativo, tanto hacia dentro como hacia fuera, así como en sus diversos estratos sociales y en los diversos sujetos que lo erigen y asumen. En él también se demuestra que la evolución, diferencias o cambios del discurso criollo en su proceso de construcción y producción, se debieron a un consciente sometimiento a los contextos, circunstancias, coyunturas, tanto externas de la sociedad colonial como las internas del propio sujeto criollo, así como a la diversa índole de sus intereses.
El libro de José Antonio Mazzotti es un concienzudo aporte, no solo para la comprensión de la criolledad colonial, ambigua y ambivalente, que forja la futura “nación criolla” independentista, sino también para el análisis de su decurso republicano y sus manifestaciones en el Perú contemporáneo, donde sobrevive un agonizante y desfigurado criollismo, resemantizado popularmente como el “discurso del raceo”, que ve peligrosamente amenazada su hegemonía ante las formas insurgentes de su histórico oponente, el discurso andino.