1. Introducción
En su obra pionera, Fuentes para la historia de la filosofía en el Perú, Manuel Mejía Valera (1963, p. 111) señala que la publicación de libros de filosofía en el período republicano se inicia con El nuevo mundo filosófico o sistema de la filosofía natural (1824) de Juan de Dios Salazar1. No obstante, el hombre de letras parece no haber tomado en cuenta otro escrito filosófico del matemático arequipeño aparecido un año antes: el Discurso ideológico. Este sería entonces, propiamente hablando, el primer libro de filosofía impreso en el Perú independiente. Existen otros candidatos a ocupar ese puesto, aunque en realidad se trata de traducciones o reediciones de textos impresos en Europa o en los Estados Unidos de América.
En 1821, en la imprenta limeña de Río, se publicó una versión abreviada de la obra El sentido común, del célebre escritor angloestadounidense Thomas Paine2. Si bien aparece el nombre del presunto traductor al castellano en su portada, Anselmo Nateiu, “indígena del Perú”, por lo general se considera este escrito como un apócrifo3. En el prefacio del traductor se señala, casi premonitoriamente, el período de gran inestabilidad que pasará el Perú en sus primeras décadas: “una violenta metamorfosis en su situación política podría sacarlos del verdadero círculo de la libertad, y haciéndolo degenerar en un frenesí, arrastrarlos a la anarquía y al despotismo”4. Acaba con una pequeña nota, donde se indica que en el siguiente número se incluirán las Disertaciones sobre los primeros principios del gobierno, un ensayo de Paine, publicado en 1795, en el que se aborda el tema del sufragio universal. Aunque esta nueva traducción al parecer no salió a la luz, la edición limeña del Common Sense constituye probablemente el primer escrito de este autor publicado en la América hispana5.
Al final de esa década, en 1829, se editó en Lima la obra Elementa philosophiae moralis ex principiis admodum evidentibus justo ordine adornata del alemán Johann Gottlieb Heinecke, más conocido en castellano con el nombre de Heineccio6. Desde mediados de 1790, el libro de Heineccio se empleó como manual de enseñanza en diferentes centros educativos peruanos como el Convictorio de San Carlos o el Seminario de San Jerónimo en Arequipa. Aparte de esa edición limeña, se conocen otras publicadas en imprentas peruanas, lo que muestra el papel fundamental que tuvieron los escritos de Heineccio aquí, incluso durante los primeros años de vida republicana. En el caso del Convictorio carolino, hubo que esperar la reforma de estudios emprendida por Bartolomé Herrera a partir de 1842 para constatar su reemplazo por la filosofía krausista de Enrique Ahrens y el eclecticismo de Víctor Cousin.
En lo que sigue, comenzaremos analizando dos obras de Salazar, el Discurso ideológico y El nuevo mundo, que pueden ser consideradas como los primeros escritos filosóficos del Perú republicano. Después, centraremos nuestra investigación en una de ellas, El nuevo mundo. En la parte inicial de este opúsculo, el docto arequipeño desarrolla una teoría del conocimiento de corte sensualista y fisiologista. Salazar recurre también a una terminología procedente de las ciencias médicas de inicios del 8007. Por último, trataremos de situar su gnoseología en el contexto más amplio de las doctrinas filosóficas y médicas de su tiempo.
2. El Discurso ideológico: ¿la primera obra filosófica del Perú republicano?
El primer escrito de Salazar es el Discurso ideológico, modificado y extractado de las Preliminares á la obra intitulada El mundo filosófico (1823). Ello haría de esta obra la primera de carácter filosófico publicada en el Perú republicano, si dejamos de lado la traducción de Paine que salió a la luz en 18218. Con todo, se debe tener en cuenta antes dos datos de importancia. Aunque no hemos encontrado copia alguna de este texto, podemos suponer por el subtítulo que se trataría de hecho de la parte inicial de El nuevo mundo. Otra información parecería confirmar esto. El Discurso ideológico es en realidad un folleto de escasas seis páginas9. Quizá por esa razón se imprimió antes que el escrito completo, El nuevo mundo, que se compone de unas cincuenta cuartillas. El título presenta también un gran interés, pues describiría la visión filosófica que abrazaba nuestro autor en ese tiempo; no obstante, para entender su alcance se debe aclarar antes qué significaba inicialmente el término “ideología”.
Este vocablo aparece por primera vez en 1796 en una exposición del filósofo francés, Antoine Destutt de Tracy10. La ideología se presenta como un análisis de las sensaciones y de las ideas, una ciencia de las ideas en sí mismas y, por esa razón, debe ocupar el lugar de una filosofía primera. La inspiración fundamental de los ideólogos fue el sensualismo de Condillac, el cual reinterpretaron y sistematizaron. Cuando Salazar emplea este término, era casi un neologismo que, adicionalmente, carecía de la connotación negativa que tendrá después. Al llamar a su escrito “Discurso ideológico”, el arequipeño pareciera manifestar su adhesión a la tradición sensualista. Un examen de El nuevo mundo nos permitirá confirmar esta hipótesis.
Como muchos de sus escritos, el Discurso ideológico se imprimió en los talleres tipográficos de Jacinto Ibáñez. A semejanza de algunos miembros de la Academia Lauretana, Ibáñez cursó el trienio de filosofía en el Seminario de San Jerónimo, aunque no concluyó sus estudios, pues prefirió dedicarse a las actividades de relojero y mecánico. En 1821 abrió su imprenta, la primera en Arequipa. Se cuenta que el primer trabajo encomendado fue la impresión de las invitaciones para la ceremonia de instalación de la Academia Lauretana. En su taller, se publicaron también una parte de las alocuciones de los socios de esa sociedad, incluyendo la primera de ellas, la Disertación sobre la importancia de las ciencias, que el síndico del ayuntamiento y principal promotor de la institución arequipeña, Evaristo Gómez Sánchez, pronunció el 10 de diciembre de 1821 como discurso inaugural en la iglesia auxiliar de Santiago (Medina, 1904, p. 12)11.
De manera aparentemente sorprendente, Salazar dedicó el Discurso ideológico al brigadier José Manuel de Carratalá Martínez, un militar realista alicantino que después de luchar contra las tropas bonapartistas en la Guerra de la Independencia española se embarcó hacia América para combatir contra los ejércitos libertadores12. Más prudentemente, El nuevo mundo filosófico estará dedicado a la Nación británica. El autor, al inicio del opúsculo, se pregunta a quién deberá corresponder la dedicatoria, sino a aquella brillante nación que es, ha sido y será emporio de la sabiduría. Gran Bretaña proporcionó los fundamentos tanto de la ciencia del hombre con los aportes en medicina de John Brown, como los de la ciencia del universo con los descubrimientos de Isaac Newton13. “¿No son la atracción y la excitación, nos dice él, dos hechos universales, que plantificaron y establecieron firmemente aquellos inmortales héroes?” Habiendo determinado el justo valor y naturaleza de las fuerzas de atracción y excitación, ya se conocen las causas generales de todas las cosas. Bajo tales ideas va a quedar formalizado todo el plan y el carácter del opúsculo salazariano: se trata de un escrito que busca incorporar la ciencia del hombre en la del cosmos. Ambas conforman las imponentes columnas del nuevo mundo filosófico.
3. El nuevo mundo filosófico: la primera obra filosófica del Perú republicano
El nuevo mundo fue una de las varias conferencias pronunciadas por Salazar en las sesiones de la Academia Lauretana14. Algunos autores mencionan los títulos de otras disertaciones que el hombre de ciencias arequipeño leyó durante los primeros años de esa institución, como “Civitatem descentem de coelo”, “Reducción de la cuenta del oro a la plata, ley y valor”, “Cómputo cronológico eclesiástico para la formación del Calendario”, “Almanaque general lunario astronómico, para averiguar los días en que se producen el novilunio, plenilunio, eclipses de sol y luna”, “La nueva trigonometría”, o “Sistema de la ciencia médica”15.
Salazar menciona en la Advertencia de El nuevo mundo las condiciones especiales en las que redactó este opúsculo:
Ansioso de publicar una doctrina que, aunque pase en clase de sistema, se me presentó de cálamo currente como verdadera, fue puesta en el papel en el estrecho término de ocho días, pensando y diciendo si me es permitido explicarme así, por dar cumplimiento a la oferta que hice a la Academia en una sesión de leerla para la siguiente.
Si se considera este testimonio, lo más probable es que él haya leído El nuevo mundo, que incluía el Discurso ideológico, en la Academia Lauretana entre 1822 y 1823. En las Constituciones de dicha sociedad, se indica que los socios de número estaban obligados a sustentar al menos una vez al año una alocución científica o literaria. En la Advertencia de El nuevo mundo, se hace alusión también a las intensas actividades académicas que tenían lugar en el seno de la institución arequipeña. Salazar sugiere, además, que las sesiones de la Academia Lauretana se celebraban cada ocho días, y ese fue el tiempo que le tomo al ilustre matemático escribir su texto (Salazar, 1861-1863)16.
4. Análisis del contenido de El nuevo mundo
El libro de Salazar se divide en cinco partes: los preliminares, el sistema del mundo o química universal, la época primitiva del mundo, la época en el estado de magnetismo y la época final del mundo17. Es en la parte inicial de su escrito, los “preliminares”, donde él desarrolla el contenido filosófico de El nuevo mundo, mientras que las otras cuatro deben entenderse como un intento por establecer una cosmología en la que se entremezclan elementos científicos, filosóficos e, incluso, teológicos.
Los “preliminares” se dividen a su vez en tres parágrafos: i) El estado actual de nuestros conocimientos acerca de la ciencia de la naturaleza aún es imperfecto; ii) El análisis del entendimiento debe preceder a la investigación de las ciencias naturales; iii) El verdadero criterio de la filosofía natural consiste en las modificaciones de las fuerzas de la naturaleza según la organización de la materia. Dos son, en consecuencia, las tesis filosóficas que Salazar desarrolla en esta parte de su opúsculo: los conocimientos del ser humano adolecen de muchos errores e inexactitudes de toda especie y por esta razón es necesario considerar primero el estudio del entendimiento antes de emprender el examen de la naturaleza en su conjunto. En lo que sigue, se analizarán los dos primeros parágrafos.
4.1. Los extravíos de la imaginación humana
El primer parágrafo de El nuevo mundo trata de lo que Salazar llama los “extravíos de la imaginación”. La imaginación consiste en la creación de nuevas ideas y -en unión con el ingenio- se hace del género especulativo. Esta a su vez suele elevarse hasta el grado de entusiasmo (p. 5). El matemático peruano aparentemente emplea el término “entusiasmo” en un sentido cercano al de los empiristas. Para John Locke, por ejemplo, el entusiasmo es un estado mental en el que uno está dispuesto a admitir una creencia como verdadera a pesar de no existir evidencia que la respalde. Esas creencias injustificadas se aceptan, porque se perciben como ciertas18. El ser humano se pierde debido a esto en el caos de la variedad, multiplicando sin razón las causas. Todo eso conlleva que el estado actual de nuestro conocimiento sea imperfecto.
Salazar menciona tres ejemplos de los extravíos a los que nos conduce una imaginación desbordante, los tres proceden de la obra de Jacques-Henry Bernardin de Saint-Pierre, un escritor y botanista francés conocido por proponer un teleologismo universal19. “No hay mayor razón, dice él, para hacer que los astros se muevan por sus órbitas debido a las fuerzas centrífuga y centrípeta, que para que un hombre se pasee por su gabinete en virtud de causas iguales” (p. 1)20. El matemático peruano constata también la insuficiencia del prisma para probar que un rayo de luz solar se descompone en siete colores primitivos; pues, aunque los muestra así a la luz de un rayo del sol, no sucede lo mismo a la luz de una antorcha21. Un tercer y último ejemplo es el de un ciego del Hospicio de los trescientos en París. Si un ciego de esa casa de caridad se encaminase a la Biblioteca del Rey, la mejor de su tiempo, y señalase al azar una página de entre tantos volúmenes, en ella podría mostrar sin duda al menos un error22. Todo esto nos conduce a sostener que las hipótesis formuladas para la explicación de los fenómenos son insuficientes, existiendo inmensos vacíos aún por llenar, algo que según el arequipeño los mismos autores de esas conjeturas confiesan con “una sabia ingenuidad”.
Relacionado con lo anterior está la determinación de las verdaderas causas de los fenómenos. Establecer las causas a las que se subordinan las distintas manifestaciones del mundo natural requiere de una extraordinaria circunspección, y no basta la “constancia de los hechos”, es decir, la regularidad con la que se presentan23. Salazar menciona un curioso ejemplo que según él podría imponer en nosotros una “sabia y prudente reserva”: ¿qué diría un hombre que siempre hubiese vivido apartado de toda sociedad, si colocándole en las inmediaciones de un templo de cualquier ciudad piadosa y civilizada, viese a sus habitantes constantemente concurrir a él al toque de las campanas? Tan persuadido quedaría de la fuerza de atracción que ejercen las campanas sobre ellos, como decididos los físicos y químicos por sus observaciones y experiencias a fallar por la atracción y afinidad de los cuerpos. Determinar que existe una relación de causa y efecto entre dos hechos apelando tan solo a pomposas denominaciones ideales, como sucede cuando se nombran al calórico y al lumínico para explicar el calor y la luz, sin esclarecer el modo cómo se desenvuelven sus propiedades, equivale para el docto arequipeño a multiplicar las causas al infinito, a desentenderse de la demostración, y a volver a incidir en las “cualidades ocultas” de los peripatéticos (p. 2)24.
4.2. El análisis del entendimiento
La segunda parte de los preliminares corresponde al análisis del entendimiento. Si bien Salazar en el parágrafo segundo no menciona la razón de que a una crítica de los extravíos de la imaginación deba seguir un examen del entendimiento, en otro pasaje de El nuevo mundo parece proporcionar una explicación sobre la finalidad de su indagación:
[...] se excitan sus sensaciones con precisión, y se presentan a la inteligencia las ideas verdaderas y precisas de las cosas, se hacen isócronos los actos de la imaginación y del juicio, y posee el hombre la verdadera ciencia de la naturaleza… (1824, p. 35)25
El estudio de las facultades humanas constituye una especie de medicina mentis, una medicina para la mente, en tanto que con este examen se podría corregir la falta de sincronía, en la que una imaginación no sigue en su accionar al juicio, multiplicando las causas al infinito y desentendiéndose de las demostraciones26.
Si bien Salazar no define qué es el entendimiento podemos suponer, por lo que sostendrá posteriormente, que es el centro común de todas las impresiones externas, y de donde nacen todas las operaciones que se ejercen sobre ellas27. El entendimiento continuamente está orientado hacia el exterior, debido a la multiplicación y reiteración de sensaciones proporcionadas por los cinco sentidos (Mora, 1832, p. 4)28. El análisis salazariano del entendimiento comienza propiamente con una expresión que podría hacer de nuestro autor un sensualista. Para el matemático arequipeño, las sensaciones (o más bien, las impresiones) que podemos adquirir acerca de las cualidades sensibles de las cosas proceden de los órganos de los sentidos. Una disposición particular a cada uno de ellos hace que establezcan relaciones específicas con los objetos exteriores, como el vínculo que tiene la vista con la luz y los colores; el oído con los sonidos y las consonancias armónicas; el olfato con los olores; el gusto con los sabores y el tacto con la dureza, la blandura, el calor o el frío, etc. (p. 3).
El conocimiento tiene lugar a través de diversos “agentes intermediarios”. Las sensaciones pasan de las cosas a los sentidos por medio del “aire vital externo”, un término que designaba al oxígeno, elemento descubierto décadas antes por Joseph Priestley. En otra parte de El nuevo mundo (Salazar, 1824), se brinda una posible explicación de cómo se realiza este paso. Las cualidades primarias de los cuerpos como la extensión o la solidez han de buscarse en la composición y modificación del aire vital que actúa como intermediario entre dichos objetos y los órganos de los sentidos, mientras que las cualidades secundarias como el color o el sabor deben tenerse por la combinación de las primarias y los órganos sensoriales. Salazar proporciona un ejemplo para ilustrar las cualidades secundarias: “la sensación de color rojo puede considerarse como el matiz compuesto de blanco y negro en el órgano visual” (p. 8).
La postura del fisiólogo aparece inmediatamente después de este despliegue sensualista, ahora para señalar un nuevo agente intermediario. Estas impresiones llegan al “sensorio común” a través del sistema nervioso, “asiento primitivo de las fuerzas vitales” (p. 8). El sensorium commune era una expresión usada por los fisiólogos de principio del siglo XIX para referirse al sistema nervioso, al cerebro o a una parte particular, pero no identificada, del cerebro29. En un sentido más restringido, el sensorio es el cerebro, considerado como el punto de reunión de todos los nervios y de todas las sensaciones. La ciencia del cerebro así descrita es básicamente la de las fibras sensoriales que permiten la prolongación de lo exterior en lo interior. Los fisiólogos, a inicios del 800, hacían del sensorium commune una suerte de “espejo del mundo”. En El nuevo mundo se proporciona una visión del sensorio cercana a la mencionada aquí. Según Salazar, el sensorio constituye el “asiento primitivo de las fuerzas vitales”, además de ser un “centro de irradiación” (p. 3). Dependiendo de los diversos modos cómo los sentidos excitan al sensorio, el alma determina en él una variedad de formas de reacción que a su vez son otras tantas maneras de sensación.
Salazar adopta en parte el punto de vista de un fisiólogo para describir el proceso inicial del conocimiento, pero sin caer en una postura materialista. La “potencia animal”, un término alternativo usado por él para designar el alma, por su indelebilidad, actividad, libertad e independencia, de que es capaz en el hombre, retiene en sí las impresiones de las sensaciones considerándolas bajo diversos aspectos y prescindiendo de la existencia real de las cosas les proporciona una existencia mental, que es el origen de las ideas (1824, p. 3)30. Después de mencionar los aspectos más generales del entendimiento, el médico arequipeño se aboca al análisis de sus facultades.
La primera facultad mencionada por Salazar es la memoria o, más bien, los “actos de la memoria”. Por el hábito de recibir impresiones, quedan como determinados diversos modos de sensibilidad en el cerebro que son análogos a las mismas impresiones (1824, p. 4). Mediante estos actos, el alma puede reproducir las ideas respectivas, cada vez que ciertas impresiones o ideas despiertan en ella una serie de objetos que son coherentes entre sí por su ordenamiento o afinidad. A la memoria le sigue la atención, definida como la facultad por la que la mente se detiene en uno de esos objetos excluyendo todo el resto, para presentarlo al entendimiento con todas las notas que le pertenecen. A la atención le suceden las ideas generales producidas por la abstracción. Como en los actos reiterados de la atención se advierten características comunes de muchas ideas particulares, la mente “se contrae” para observarlas bajo un mismo punto de vista. De ahí nacen ideas generales como la de blancura, la de dureza, o la de libertad.
Después de explicar el origen de las ideas generales o abstractas, Salazar se aboca al juicio. Él distingue entre la materia del juicio y su forma. La distinción consiste en si interviene o no la reflexión al momento de realizar la comparación. La facultad de sentir dos ideas poniéndolas una al lado de la otra es un acto de comparación que constituye la materia del juicio, mientras que la facultad de fijar sucesivamente la atención en las diversas ideas que tenemos acerca de un objeto es un acto de reflexión que determina su forma. El raciocinio viene después del juicio. Salazar lo caracteriza también como una reflexión, aunque más compuesta, mediante la cual se descubre la conexión del efecto con la causa, o la correlación en una serie de juicios. El doctor arequipeño culmina su análisis de las facultades mentales examinando la imaginación, el ingenio y el entusiasmo31. Nuestro autor considera que las facultades no reflexivas (la memoria, el ingenio y el entusiasmo) son el espíritu que anima las lenguas, las bellas artes y letras, a la vez que las facultades reflexivas (la atención, la abstracción, el juicio y el raciocinio) lo son de las ciencias32.
Salazar termina el parágrafo con un interesante análisis acerca del lenguaje. La voz es el instrumento de expresión de la inteligencia y el medio de comunicación entre los seres humanos. Más precisamente, las voces articuladas corresponden a lo que en la mente constituyen las ideas, los juicios y el raciocinio33. A partir de esto concluye nuestro autor la necesidad de un lenguaje normado por la lógica, considerada aquí como “el arte de expresar los pensamientos con exactitud”, pues para demostrar los grandes fenómenos de la naturaleza se requiere un “idioma bien formado”, que consiste en el “orden natural de expresarse” haciendo uso de palabras simples, claras y sencillas, sin las florituras y composiciones que les prestan la imaginación y el arte34. La exigencia de establecer un “idioma propio y desnudo de adornos retóricos y artefactos”, algo que se enfatizó según Salazar en la “inaugural académica”, repercute en el “adelantamiento de las ciencias y en la exterminación de la sofistería” (1824, p. 6)35.
5. Una gnoseología de corte sensualista y fisiologista
A simple vista podría parecer sorprendente que un médico de inicios de la República dedique tiempo y esfuerzos a elaborar disquisiciones en las que a una exposición cosmológica siga de cerca una indagación de orden filosófico. Sin embargo ello, en su tiempo, era algo relativamente habitual. Pierre Cabanis, médico también él, subraya en uno de sus escritos que Locke fue médico y que fue a través del estudio del hombre físico que él anticipó sus descubrimientos en metafísica, moral y en el arte social36. Ciertamente, la filosofía desde sus comienzos ha tenido una estrecha relación, no exenta de tribulaciones, con la medicina. Mientras que algunos de los primeros médicos griegos tenían una actitud abiertamente hostil contra las especulaciones alejadas de la experiencia y la mera observación, otros fueron más permeables a las discusiones teóricas. La antigua pugna entre una medicina empírica y otra teórica, lejos de ser un capítulo cerrado en la historia de la ciencia, parecería revivir en el siglo XIX con otro ropaje: la fisiología, una de las ramas más importantes de la medicina.
Inicialmente, el término “fisiología” se empleó como un simple sinónimo de física. Posteriormente, a mediados del siglo XVIII, pasó a denotar las leyes de los cuerpos organizados, mientras que la física, las de los no-organizados. Según William Fleming (1858, p. 387), esta distinción implicaba la libertad propia de la mente en oposición a la necesidad de la naturaleza. En el siglo XIX se delimitó con más precisión, al considerarse que su objeto de estudio son la materia y la estructura corporal de los organismos vivientes. El propio filósofo escocés resumió bastante bien los fines de esta ciencia: la fisiología describe la estructura física de los seres vivos, sus distintas operaciones, para luego ascender de los fenómenos a las leyes. Del conocimiento de los órganos y sus acciones concluye su finalidad; y de entre las diversas manifestaciones, trata de apoderarse de ese misterioso principio que anima la materia organizada, que mantiene la forma casi constante del compuesto por la continua renovación de las moléculas que lo componen y que, al morir, dejando esta materia, la entrega a las leyes físicas comunes, de cuyo imperio estuvo retirada en el brevísimo tiempo que dura una vida (Fleming, 1858).
El tema de fondo que compete tanto al fisiólogo como al filósofo es cómo han de ser explicados en última instancia los fenómenos vitales y mentales. ¿Debe recurrir a un “misterioso principio”, a una entidad especial para su elucidación? A lo largo de la historia, como lo recalca Charles de Rémusat, ese ha sido el caso con los archaea de Van Helmont, el impetum faciens de Boerhaave, el alma sensible de Hoffmann, los espíritus animales de Descartes, el animismo de Stahl, la sensibilidad orgánica de Bordeu, el principio vital de Barthez, la organización de Bichat, el poder nervioso de Prochaska, la fuerza vital de Chaussier, la excitabilidad de Brown, la irritabilidad de Broussais, de Hatfer y de Gall (Rémusat, 1842, II, p. 48)37.
Otro problema asociado a la apelación de una entidad especial para explicar la materia organizada es si esta era material o inmaterial. Detrás de dicho tópico se escondía otro más vasto, que involucra una antropología, una visión profunda del ser humano. A finales del siglo XVIII coexistían dos corrientes antagonistas. A las antípodas del modelo dualista de los cartesianos, que trataban de salvar las apariencias con explicaciones ocasionalistas, estaban los holistas, que preferían recalcar la unidad del ser humano. Para ellos, las doctrinas como el vitalismo o el materialismo eran las más apropiadas, pero a diferencia de los vitalistas que animaban el cuerpo, los materialistas materializaban el alma38. En cualquier caso, para ambas visiones el hombre forma un todo indivisible.
En el caso de Salazar confluyen dos visiones del ser humano hasta solaparse: una positiva de corte fisiologista y otra más bien espiritualista. En el hombre, nos dice él en un pasaje de El nuevo mundo, no podemos dejar de reconocer una materia organizada que, además de la influencia de las fuerzas vitales, opera sus diferentes funciones a causa de excitaciones particulares (1824, p. 8). Para designar el principio que “anima” la materia organizada, el arequipeño emplea diversos términos: “potencia animal”, “fuerzas vitales”, “alma del hombre”, “principio vital” o “modificación vital”39.
El “sistema del mundo” abarca tanto la ciencia que estudia los cuerpos en general como la que hace lo mismo con los seres vivos; no obstante, recalca que estos últimos se diferencian de los primeros en grado y por la “influencia sobreañadida del principio vital” (Salazar, 1824, p. 10). Nuestro autor también menciona que nosotros “recibimos la modificación vital que nos distingue de otros seres” (1824, p. 10). No queda claro con todo si se refiere a los seres inanimados o a los animales desprovistos de razón, las llamadas “bestias”. Él menciona como características centrales del principio que anima la materia, la “potencia animal”, la indelebilidad, la actividad, la libertad e independencia40. En suma, nuestro autor adopta una postura claramente vitalista.
En otro pasaje de su opúsculo, Salazar recurre a una terminología menos fisiologista, más convencional, para referirse a ese principio. El alma del hombre, creada por Dios con actividad y libertad para mover el microcosmos o un mundo pequeño, emplea el primer acto de su poder en las funciones de la vida orgánica, y continúa repitiendo sus actos libres según los sucesos relacionados con los objetos exteriores, es decir en el ejercicio de su vida animal (p. 7).
6. Filosofando desde un “pequeño ángulo de la tierra”
Tres han sido los aportes que creemos haber realizado en nuestro trabajo. En la parte inicial, hemos mostrado que la primera obra filosófica en el Perú independiente es El nuevo mundo filosófico de Juan de Dios Salazar (1824), aunque un año antes se publicara una versión abreviada de esta. El análisis de su contenido nos ha permitido tener un primer acercamiento a la presencia en el país de escuelas filosóficas o médicas como el sensualismo, la ideología o el vitalismo. Si bien Salazar apenas se muestra confrontacional con la escolástica, en los hechos las corrientes defendidas por él sí pueden considerarse como una ruptura frente al antiguo régimen de ideas.
No menos importante, nuestro estudio pretende rescatar los aportes filosóficos y científicos efectuados por letrados que vivían lejos de los centros hegemónicos de conocimiento. Se trata de repensar cómo tiene lugar el paso de los centros tradicionales de enunciación filosófica a otros enunciadores. A esto se añade un tema apenas esbozado aquí relacionado con lo que algunos autores llaman la diferencia criolla, es decir, un modo de producción del saber realizado por la ciudad letrada americana que, teniendo como referencia conocimientos provenientes de Europa, consuman obras con un carácter propio. Ya en El nuevo mundo, Salazar se muestra consciente de las dificultades y de los desafíos que involucra escribir desde la periferia: “Espero que con el auxilio de sus superiores luces [la de los académicos lauretanos] saldrán de este pequeño ángulo de la tierra tanto la filosofía como la medicina a dejarse ver en el rango de las ciencias exactas” (1824, p. 9). Esta observación es tanto más singular ya que pareciera anunciar los tiempos venideros en los que el positivismo dominará la escena intelectual latinoamericana y europea, y dará lugar al culto de la ciencia como forma suprema del conocimiento humano.